martes, 25 de octubre de 2022

TÚ TIENES LA PALABRA

El discernimiento precede a la fe. Será difícil creer sin antes discurrir, pensar y discernir. Porque, la fe, que es creer en lo que no se ve, necesita también razones que la justifiquen y que la hagan esperanza y vida. Poque, quien espera – lo que no ve – esta creyendo. Y, los que creemos en Jesús esperamos esa resurrección prometida como la que Él tuvo.

Por eso, los creyentes creemos en Jesús. Primero, por su Palabra; segundo, porque su Palabra siempre se ha cumplido y se ha visto en sus obras. Ambas, palabra y obras van unidas. Y ambas siempre se han cumplido. Es obvio por tanto que la fe del cristiano no es una fe abstracta ni etérea. Es una fe sólida, fundamentada en la Palabra y Resurrección de Jesús, el Hijo de Dios.

¿Cómo lo ha hecho? ¿Cómo ha resucitado? ¿Cómo ha hecho este mundo en el que vivimos y tocamos? ¿Cómo…? Hay muchos interrogantes que no comprendemos, que nadie comprende y qué, por mucho que descubramos, siempre habrá ingente cantidad que no sabemos cómo se han creado. En ese sentido la fe es creer en aquello que no se ve ni se comprende. Dejará de ser fe cuando estemos en la presencia del Señor Dios, nuestro Padre.

Pruebas hay, pero se necesita fe, esperanza y caridad. Sobre todo, caridad, porque esa virtud teologal es la que activa la primera y segunda. Sin caridad nuestra fe es falsa, porque creer en quien nos ama y nos envía a amar sin nosotros amar, es una contradicción. Y sin fe no hay esperanza. Quien no cree nada espera. Por tanto, tú tienes la palabra: decides qué y en quién creer.

viernes, 21 de octubre de 2022

¿QUIÉN ES JESÚS?

Nos podemos pasar toda la vida rezando y viviendo de forma piadosa, pero eso no significa que sigamos a Jesús de forma auténtica y según su Voluntad. Porque, seguir a Jesús es, primero, saber quien es y, segundo, una vez conocido ser responsable y consecuente respecto a la conclusión a la que hemos llegado. Si eso no ocurre estamos cultivado una higuera que no da frutos ‒ Lc 13, 1-9 ‒.

Por tanto, la primera cuestión sería discernir sobre quien es Jesús. ¿El Hijo de Dios? ¿El Dios hecho hombre que nos revela y anuncia al Dios Infinitamente Misericordioso? ¿El Hijo predilecto en el que se complace el Padre? ¿El Mesías enviado y prometido en el Antiguo Testamento al pueblo judío que nos enseña y revela, con su Vida y Palabra, el Amor que Dios, su Padre, nos tiene en la parábola del Padre amoroso o hijo pródigo?

¿El Señor que nos da su Vida – Cuerpo y Sangre, por Amor, y nos la entrega en la Eucaristía para, alimentados en Él, fortalecernos y darnos la fuerza y voluntad para vivir como Él nos ha enseñado? Ese es el reto al que nos lleva la fe y el seguimiento al Señor Jesús. Vivir en alabanza y en la voluntad del Padre por verdadero amor.

¿Y cuál es la Voluntad del Padre? Nos lo dice Jesús. No solo con palabras sino con su Vida: “amarnos como Él nos ha amado? Por tanto, de no intentar, para eso nos alimentamos en la Eucaristía, de amarnos como Jesús nos ama, estamos haciendo el mismo papel que aquella higuera seca que no daba frutos. En consecuencia, ese es el paso que tenemos que dar para seguir a Jesús.

La pregunta que viene inmediatamente es: ¿Creemos que en Jesús, por su Gracia, podemos llegar a amarnos como Él nos ha amado? El camino es injertarnos en Él para, alimentados y fortalecidos con su Cuerpo y Sangre como alimento espiritual, vivir tal y como Él nos ha enseñado. No solo de palabra sino con su Vida. Si no es así corremos el riesgo de vivir una espiritualidad cristiana descafeinada y tibia. ¡Y ya sabemos las consecuencias!

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