Alguna que otra vez, y en alguna reflexión que no quiero buscar ahora, he reflexionada sobre las frecuentes fiestas benéficas que hacen para alguna obra social, o simplemente para recaudar fondos para Caritas. Son fiestas en las que todos aportan su colaboración, pero nadie se priva de nada, es decir, se engalanan e incluso estrenan nuevos vestidos y luces sus mejores galas y joyas.
Incluso se dan buenos banquetes y lo pasan bomba con bailes y música incluida. No digo que todas sean así, pero si las hay y creo que muchas. Y he denunciado desde este u otro humilde blog que, quizás sea una obra buena, pues mala no es, pero poco tiene que ver con la caridad, y menos con el amor que proclama Jesús de Nazaret.
Ese tipo de actos lo pueden hacer mucha clase gente, y para eso no hace falta creer en nada o en nadie, ni ser creyente de nada o de nadie. También se puede ser creyente en Jesús de Nazaret, pero diría que en este caso seríamos malos creyentes, o simplemente, creyentes a nuestra manera. Porque la caridad, o pertenecer a Caritas implica otra forma de vida, y otro estilo de vida.
No consiste en dar, sino mejor darse. Darse con lo que se tiene y se puede. Se trata de compartir y de vivir esas penurias para transformarlas en esperanzas. Y si eso no es así, o no se intenta así, podemos estar engañándonos y perdiendo el tiempo. Sólo lo que se vive y se experimenta se puede llegar a comprender, y, entonces, a compartir. Cuando no se sufre, no se puede saber ni experimentar en que consiste el sufrimiento. Jesús, como Hombre, lo sabe, y por eso nos comprende.
Mejor oír al Cardenal Berglogio, antes de ser Papa, y escucharle con el corazón abierto.
Mejor oír al Cardenal Berglogio, antes de ser Papa, y escucharle con el corazón abierto.