Muchas veces me
pregunto: ¿a qué aspiro si sé que mi vida termina en este mundo? Y me digo: En el mejor de los casos, si tengo
una situación acomodada y bien, tendré una vida de alegrías pero también de tristezas.
Seas rico, o no lo seas, no escapas a las alegrías, pero también a las tristezas,
enfermedades, accidentes o vicios y esclavitudes que pueden hacerte la vida un
calvario.
Ahora, si mi
situación es incierta, de pobreza y penurias económicas, abundarán más las
tristezas y penurias que las posibles alegrías. Quieras o no, seas de una
condición o no, todo se reduce a unos cuantos años donde tus alegrías – en el
mejor de los casos – serán más, iguales o menos que tus penas. Realmente, ¿vale
la pena vivir así sin esperanza de alcanzar esa felicidad eterna que vive y
arde dentro de tu corazón?
Porque, esa es la respuesta a mi pregunta: ¿Y si esa esperanza y deseo de felicidad eterna, que Jesús de Nazaret, me promete, es Palabra de Vida Eterna? ¿Me estoy jugando por nada, porque la vida que vivo poco sentido tiene si Dios no llena esa esperanza de Vida Eterna, mi eternidad? Porque, de eso, al menos yo, si estoy seguro: «La vida no se acaba aquí, sigue, y sigue para toda la eternidad. Ahora, ¿dónde estaré yo, a la derecha o a la izquierda? Eso es lo que me estoy jugando.
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