martes, 23 de septiembre de 2008

Juntos hasta la muerte





Recuerdo que es el título de una película. Una película del oeste americano. Sus protagonistas fueron Joel McCrea yVirginia Mayo. Una película cuyo argumento, desterrando la violencia y la agresividad, encierra una profundidad tan grande e importante como que en ella se fundamente el sostén de la sociedad.

Es verdad que tenemos que extraer las cosas malas que trae consigo el egoísmo que mata todo aquello que se interpone a nuestros deseos, pero lo malo, qué está en el mundo por causa de la mala elección que el hombre hace, se comprende que debemos extraerlo y purificarlo, pues la violencia engrenda violencia. Hasta en eso, la pélicula nos enseña a discernir y a saber mirarla con inclinación al bien.

Puede pasar desapercibida, como tantas otras cosas, pues sólo pueden verlas aquellos que van atentos por la vida y despierto ante los acontecimientos que, a cada instante, se producen en sus vidas.

Juntos hasta la muerte encierra el compromiso de superar todas aquellas barreras que, en el devenir de nuestra vida, nos separan y nos alejan: la infidelidad, la indiferencia, la posesión, el egoísmo, la incomprensión, la mentira o falta de sinceridad, el interés egoísta, avaricia, soberbia, vanidad… etc.

Tras vivir un cúmulo de vicisitudes y experiencia; tras experimentar entrega, disponibilidad, servicio, y recibir indiferencia, ingratitud, infidelidad, todo se supera juntos hasta en el momento de la muerte con una confesión autentica de amor imposible de vivir el uno sin él otro. Con un sacrificio de ocupar uno el puesto del otro hasta entregarme a la muerte para que tu sigas con vida.

Con una locura que, en la desesperación, les lleva a morir desesperanzados al apoyarse solamente en lo puramente humano y material. Prima lo belicoso ante lo pacifico; se exalta la pasión desenfrenada y loca ante la paz y el bien sosegado y puro; se cambia el deseo por la responsabilidad de respuesta responsable.

Fue una lección maravillosa de lo que debe ser el compromiso, no los medios, ni la responsabilidad, del amor. Amar es morir, poco a poco, a las respuestas de desamor que recibimos del otro. Amar es dar ante la respuesta del que sólo recibe. Amar es la espera en el servicio, fidelidad, comprensión, silencio, ejemplo, testimonio del que sólo espera ser amado.

Amar es comprender que, como una pareja se necesita el uno al otro, sin mí, tú no eres, y sin tú, yo no soy. Igual que las aves necesitan dos alas para volar; igual que el pico necesita dos parte, superior e inferior, para poder picar y comer; igual que el hombre necesita dos pies para poder caminar, la pareja que forman un matrimonio (hombre y mujer) necesita dos corazones que se amen para poder continuar y perseverar.

La comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos. Y está ordenado al bien de los esposos y a la procreación y educación de sus hijos. Es decir, abiertos a la vida y a la protección de esas vidas que de ellos se originen.

No es una familia, ni una comunidad conyugal lo que está unido sólo por amor carnal y atracción física, cuya sostén es el placer y la lujuria, puesto que no hay compromiso de abrirse a la vida como respuesta a ese amor entregado que se derrama en amor compartido con los hijos: sus frutos.

No podemos confundir amor con deseo, ni responsabilidad con sentimientos y afectos. Somos seres libres y como tales estamos capacitados con voluntad para encauzar y educar nuestros sentimientos y afectos. No todo lo que anhelo y deseo es bueno en su totalidad y debo dirigirlo por medio de mi voluntad y libertad al bien personal y común de la comunidad conyugal y familiar. Los afectos para ser humanos tienen que ser educados.

En eso es en lo que falla el mensaje del idilio amoroso en los novios. Se queda en lo pasajero, en lo externo, en lo que caduca y se acaba. Y eso es lo que se asimila: cuando se acaba en lo que se apoya la unión, se acaba la unidad. Y eso no es amor. Será intereses, placer, egoísmo, pero nunca amor.

Amar es cosa de dos, pero de dos diferentes, distintos, desiguales, pero llamados a ser uno, no iguales, pero sí unidos, comprendidos, perdonados, ayudados, esperanzados, llenos de paciencia, sincerados, confiados… etc.
Se hace duro y difícil. Cuesta y se piensa pronto en desistir, en retirada, en busca de otro más en mi propia sintonía, de no tanta lucha y esfuerzo. No importa nada de nada: los hijos, el otro, la palabra, la fidelidad… etc., sólo yo y mi felicidad.

Y así es el mundo. Sólo yo y yo, y luego los demás sí no me molestan. Lo que sucede en el matrimonio es fiel reflejo de lo que sucede en el mundo. El mundo está así porque no funciona la comunidad conyugal, o mejor, la familia. Porque no está establecida sobre el consentimiento de los esposos. Porque no se entienden sus fines, o porque se buscan otros. Nuestra sociedad es reflejo de nuestras familias, porque en definitiva la sociedad es una yuxtaposición de muchas familias.

Por esto y muchas cosas más, como diría Luis Aguilé, si no se protege a la familia y sus valores, ley natural, ¿a dónde pretendemos llegar? Los resultados los estamos viendo: hijos sin hogar concreto, padres y madres diferentes, diferentes hogares, hermanos nacidos de padres diferentes, pleitos, litigios, confusión…etc.

Y nuestros dirigentes optan por el camino, bajo la mentira de la verdadera libertad, del conflicto, la separación, la verdad relativa de cada uno, según su egoísmo, sus intereses, su bien y no el bien común.

Porque libertad es buscar el bien de los demás, y cuando busco el bien del otro lo estoy amando. Claro, eso supone olvidarte de ti y morir a ti, pero, entonces, ¿qué es amar?

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