Posiblemente, me lo he preguntado muchas veces, me vendría abajo si la Iglesia fuese mi luz, mi guía y mi fortaleza. Porque hay mucha suciedad dentro de ella; porque hay muchos hombres que desfallecen y dejan de remar al lado del Señor: porque hay muchos pecadores que se resignan a sus pecados y abandonan la lucha de ser perdonados y salvados.
Supongo, meditado en muchos momentos, que me ocurriría lo mismo. La Iglesia es pecadora y, por lo tanto, no puede ser, por sí misma, luz ni guía ni fortaleza. La Iglesia, y ahí está mi esperanza, es medio y es santa porque ha sido fundada por nuestro Señor Jesucristo. La Iglesia es medio de salvación porque en ella está el Señor y porque Él la ha instituido como cauce y camino de salvación en Él.
Por eso, quien me anima a caminar y fortalece mi camino y mi seguimiento es el Señor Jesús. El Hijo de Dios Vivo. El Inmaculado, el sin pecado y el que nunca defrauda ni falla. Soy creyente católico porque creo con todas mis fuerzas en Jesús de Nazaret y en Él me abandono. Él es la Luz, el Guía y la Fortaleza donde pongo todas mis esperanzas y confianza. No importa que zozobre la Barca de su Iglesia, que hayan vientos huracanados y tempestades aparentemente invencibles, porque Tú, Señor, estás ahí.
Porque tu Palabra sigue en pie, es firme y eterna y nunca pasa. Porque aún cuando tu presencia permanezca escondida y lejana, Tú te mantienes siempre cerca, pues tu Palabra siempre tiene cumplimiento. En Ti, Señor, tu Padre ha depositado toda su confianza, y todo lo creado ha sido por, en y para Ti. Y nosotros, sus hijos, hemos sido confiados a Ti para que por los méritos de tu Pasión seamos rescatados y salvados para la Vida Eterna.
Por todo eso, Señor, Tú eres mi Luz, mi Guía y mi fortaleza y en Ti camino en tu Iglesia porque es la Barca a la que Tú me has invitado a subir. Amén.
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