Hagamos al hombre
a nuestra imagen y semejanza, dijo el Señor – Gn 1, 26 – y eso significa que
nosotros, seres humanos, somos semejantes al Señor. ¿Y dónde nos vemos
semejados? Pues, más claro el agua, en nuestro Señor Jesucristo, Dios hecho Hombre.
Dios, desde
siempre, pensó en su criatura, el hombre, y, llegado el momento, se encarnó en
Naturaleza humana para enseñarnos, mostrarnos y recordarnos nuestra semejanza
con Él. De modo que en Xto. Jesús, nuestro Señor, vemos reflejado el rostro de
nuestro Padre Dios.
Y nuestra
semejanza es exacta menos en una cosa: el pecado. Por tanto, imitando a Jesús,
nuestro Señor, y viviendo en su Palabra, estaremos pareciéndonos más a nuestro
Padre Dios, a nuestro hermano mayor, nuestro Señor, e hijos de nuestro Padre
Dios.
¿Qué ocurre? Qué, quizás, aunque lo hemos oído y lo sabemos, no nos hemos dado cuenta de que somos semejante en todo a nuestro Padre Dios, porque así ha sido su Voluntad y así nos ha creado. ¡Alabado y bendito sea nuestro Señor!