domingo, 27 de diciembre de 2009

NO SE CULTIVA LA SEMILLA ADECUADA.


El fruto de una tierra depende de muchos factores, pero de forma imprescindible de algo tan importante como la semilla que se quiera plantar. Podríamos abonar con el mejor abono, arar con el mejor método de arar, cuidar y mimar cada metro de tierra como una esmerada atención, y darle toda el agua que necesite, así como el sol, más si la semilla no es buena, la cosecha será mala.

Igual puede estar ocurriéndonos en nuestro mundo. Se puede avanzar todo lo que quieran, descubrir nuevas técnicas y avances científicos que nos hagan la vida más confortable, más agradable, más segura, más saludable...etc. pero si lo que se siembra no son los valores fundamentados en la verdad, todo lo que se recoja será malo y causará nuestra propia destrucción.

Y estos pensamientos tan sencillos, que parecen que no tienen la fuerza y el convencimiento de llamar la atención, ni preocupar a nuestros dirigentes, están palpandose en la realidad con los hechos vividos a diario en nuestro mundo. Por doquier se lee y se ve en los diferentes medios de comunicación las noticias de agresiones de parejas, de familias, de relaciones rotas por enfrentamientos, divorcios, pleitos y conflictos dispares y de todo tipo...

La semilla plantada está podrida y sus frutos salen podridos, mal olientes, infestados, llenos de bichos destructivos y venenosos. Aunque aparentemente todo luzca hermoso, mejor, placentero, prometedor y desbordando felicidad, detrás se esconde la basura de lo caduco, finito, que termina en el propio egoísmo sin medida y creciente hasta explotar en la destrucción.

El desamor y la indiferencia terminan por horadar la unión familiar y por arrojar a sus miembros al mar de la soledad, del sin sentido, de las relaciones de desconfianza, del interés material, de los objetivos egoístas y tantos otros. Todo lo que no esté apoyado en el verdadero sacrificio del darse y ofrecerse por el bien de los dos, de la familia y del bien común, terminará por arrastrar al mar del individualismo y de la desesperación. Consecuencia: la destrucción y la muerte.

La familia es la única comunidad en la que todo hombre es amado por sí mismo, por lo que es, y no por lo que tiene; así lo proclamó vibrantemente, en 1982, el Papa Juan Pablo II, en la madrileña plaza de Lima, durante su homilía en la Misa para las familias cristianas, ante más de dos millones de fieles.

Y cuando el calor de la familia, la verdadera semilla y núcleo de la sociedad, es separada y atacada por el virus del egoísmo material, sexual, egoísta, buscando sólo el bien del individuo y su realización de bienestar material, por encima del bien de la familia, la cosecha resultante será la que ya estamos viendo en nuestros pueblos y ciudades.

Los malos tratos, las agresiones a las mujeres, las familias enfrentadas, los hijos sin rumbos, desorientados, arrojados a lo fácil, cómodo, plancentero, promiscuo...etc. terminaran por infectar y contagiar toda una sociedad de basura, desorden y muerte. Y los síntomas empiezan a verse con mucha más frecuencia cada día.

El hambre, los desequilibrios psicológicos, la indiferencia, las guerras de padres e hijos, la falta de respeto a los mayores, eutanasia, abortos, conceptos que confunden en lugar de clarificar, hombres con hombres, mujeres con mujeres, hombres y niños/as... y un sin fin de barbaries que ya esto parece una sociedad de los tiempos arcaicos más que de los tiempos mal llamados superdesarrollados y de avanzada tecnología.

El amor entre todos sus miembros es la primera ley familiar. No se puede cambiar la sociedad cambiando sólo las estructuras externas, o buscando la satisfacción de las necesidades materiales, porque ahí no está el bien perdurable y eterno. Todo esto pasa y se acaba, y termina por agotar nuestra esperanza y anhelo de perfección. Sólo el ideal en el verdadero amor, que exige darse, y en correspondencia recibe, desde la libertad y cultivado en el calor de la familia es capaz de supervivir en un mundo viciado y perdido en su propio egoísmo.

Estamos, pues necesitados de proclamar, como hoy se hará, de elevar el valor de la familia al más alto rango de importancia, sustentado en los valores cristianos del amor que aseguran y perpetuán el crecimiento y maduración del ser humano, respetado en toda su dignidad, para el bien del propio hombre y de toda la sociedad.

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