El hombre es la criatura capaz de amar hasta el extremo de entregar su vida, pero también es capaz de cometer las mayores barbaridades que ningún otro ser, al menos de forma consciente, es capaz de cometer. El hombre es la criatura a la que todo está sometido, y él es el designado para administrar todo lo creado en este mundo llamado tierra.
Sin embargo, tiene un encargo y condición, qué todo debe ser administrado a buen fin y respetando la ley del amor. Todo debe estar en función de él, y nada le sobrepasará. De tal forma, que el hombre es la criatura por excelencia y su dignidad está fuera de toda discusión, y su derecho a la vida es intocable. Y este derecho implica que su vida, tal como le ha sido concedida, no puede ser violentada, condenada y menos destruida.
Y, podemos concluir que, todo aquel que se atreve a ir contra este derecho Natural, está incumpliendo la Ley impresa en su propio corazón, y negándose a sí mismo y a su propia verdad. Todos los hombres sentimos el deseo más profundo de amar, y sólo lo dejamos de sentir cuando nos abrazamos al desenfreno carnal y hedonista que, también, mora en nuestras entrañas.
He repetido hasta la saciedad que, en un acto de sinceridad y verdad comprenderíamos la gravedad del genocidio que cometemos, si nos pusiéramos en el lugar de esos niños que son fecundados y nacidos en el vientre de sus madres y, por nuestra prepotencia y suficiencia egoísta, son condenados a muerte en su primer hogar. Es trágico ver como son extinguidos sin la menor posibilidad de defensa innumerables personas por el simple hecho de ser engendrados, de forma no consciente, o de tener alguna deficiencia, o por interrumpir alguna carrera profesional, trabajo o...
La prueba de que todo esto el mismo hombre no lo aprueba en lo más hondo de su corazón es que, mientras mata por un lado defiende la dignidad, la libertad, el respeto, se solidariza con todos aquellos que son esclavizados, mal tratados, padecen hambre... por otro lado son engullidos por su propia humanidad carnal que los somete y esclaviza hacia su propio ego hedonista. Al final hacen lo que no quieren hacer, y no se esfuerzan en hacer lo que verdaderamente sienten y desean.
Porque el hombre es amor y el amor busca la verdad y el bien. Gracias a eso hay un equilibrio en el mundo que lo sostiene y evita su derrumbamiento y caos. Pero eso no nos invita a permanecer pasivos ni resignados, sino que nos debe empujar a denunciar y a luchar por recordarnos que somos hombres y tenemos el deber, también lo sentimos, de conservar, administrar todo aquello que se nos ha dado para bien de toda la humanidad. Y en ese proyecto, el hombre es el Rey de la Creación.
No cesaré de alzar mi humilde voz, ni de poner mi modesto esfuerzo en proclamar que la vida no tiene ningún debate, porque está por encima de todos los debates, y es un bien que nadie puede adjudicarse y, menos, ser quién para decidir su vida o muerte.
Desde aquí, animar a todas aquella personas que proclaman la defensa de la vida. También a aquellas, como muchas que conozco que la han defendido, aún a riesgo de su propia vida, dándole la oportunidad de nacer desde su mismo vientre. Porque somos medio, colaboradores, pero no dueños, pues la vida que nace tendrá su propia vida e independencia y tendrá su recorrido diferente al mío. Yo, por lo tanto, no soy su dueño. ¿Por qué entonces me constituyo como juez de la misma?
También a otras que, ante una reflexión sincera y enfrentadas a la verdad, han seguido los dictámenes de su corazón y, poniéndose en el lugar del niño, ha comprendido la justicia de respetar su vida por encima de cualquier actitud personal y egoísta.
Sólo animar, en el inicio muy pronto de la tercera campaña por los 40 días por la vida, desde Perú, que confiemos, continuando la lucha, en la acción del ESPÍRITU y abandonémosno junto con María, nuestra mayor intercesora, en Manos del SEÑOR JESÚS para que nuestro esfuerzo y oraciones sean elevadas al PADRE y obtenga el fruto de su Voluntad.
Sin embargo, tiene un encargo y condición, qué todo debe ser administrado a buen fin y respetando la ley del amor. Todo debe estar en función de él, y nada le sobrepasará. De tal forma, que el hombre es la criatura por excelencia y su dignidad está fuera de toda discusión, y su derecho a la vida es intocable. Y este derecho implica que su vida, tal como le ha sido concedida, no puede ser violentada, condenada y menos destruida.
Y, podemos concluir que, todo aquel que se atreve a ir contra este derecho Natural, está incumpliendo la Ley impresa en su propio corazón, y negándose a sí mismo y a su propia verdad. Todos los hombres sentimos el deseo más profundo de amar, y sólo lo dejamos de sentir cuando nos abrazamos al desenfreno carnal y hedonista que, también, mora en nuestras entrañas.
He repetido hasta la saciedad que, en un acto de sinceridad y verdad comprenderíamos la gravedad del genocidio que cometemos, si nos pusiéramos en el lugar de esos niños que son fecundados y nacidos en el vientre de sus madres y, por nuestra prepotencia y suficiencia egoísta, son condenados a muerte en su primer hogar. Es trágico ver como son extinguidos sin la menor posibilidad de defensa innumerables personas por el simple hecho de ser engendrados, de forma no consciente, o de tener alguna deficiencia, o por interrumpir alguna carrera profesional, trabajo o...
La prueba de que todo esto el mismo hombre no lo aprueba en lo más hondo de su corazón es que, mientras mata por un lado defiende la dignidad, la libertad, el respeto, se solidariza con todos aquellos que son esclavizados, mal tratados, padecen hambre... por otro lado son engullidos por su propia humanidad carnal que los somete y esclaviza hacia su propio ego hedonista. Al final hacen lo que no quieren hacer, y no se esfuerzan en hacer lo que verdaderamente sienten y desean.
Porque el hombre es amor y el amor busca la verdad y el bien. Gracias a eso hay un equilibrio en el mundo que lo sostiene y evita su derrumbamiento y caos. Pero eso no nos invita a permanecer pasivos ni resignados, sino que nos debe empujar a denunciar y a luchar por recordarnos que somos hombres y tenemos el deber, también lo sentimos, de conservar, administrar todo aquello que se nos ha dado para bien de toda la humanidad. Y en ese proyecto, el hombre es el Rey de la Creación.
No cesaré de alzar mi humilde voz, ni de poner mi modesto esfuerzo en proclamar que la vida no tiene ningún debate, porque está por encima de todos los debates, y es un bien que nadie puede adjudicarse y, menos, ser quién para decidir su vida o muerte.
Desde aquí, animar a todas aquella personas que proclaman la defensa de la vida. También a aquellas, como muchas que conozco que la han defendido, aún a riesgo de su propia vida, dándole la oportunidad de nacer desde su mismo vientre. Porque somos medio, colaboradores, pero no dueños, pues la vida que nace tendrá su propia vida e independencia y tendrá su recorrido diferente al mío. Yo, por lo tanto, no soy su dueño. ¿Por qué entonces me constituyo como juez de la misma?
También a otras que, ante una reflexión sincera y enfrentadas a la verdad, han seguido los dictámenes de su corazón y, poniéndose en el lugar del niño, ha comprendido la justicia de respetar su vida por encima de cualquier actitud personal y egoísta.
Sólo animar, en el inicio muy pronto de la tercera campaña por los 40 días por la vida, desde Perú, que confiemos, continuando la lucha, en la acción del ESPÍRITU y abandonémosno junto con María, nuestra mayor intercesora, en Manos del SEÑOR JESÚS para que nuestro esfuerzo y oraciones sean elevadas al PADRE y obtenga el fruto de su Voluntad.
5 comentarios:
Ir contra la vida es una cosa aberrante. La vida contra la vida misma. Ya no es cuestión de religiones o ideologías, es tal disparate que la humanidad puede pagarlo muy caro. De hecho, esos millones de asesinatos de niños por nacer me dejan sin respiración. Y hasta partidos políticos de derechas que presumen de religiosos, lo aceptan. ¡Qué mediocres, qué cobardes!. Un abrazo ab imo pectore.
Es tremendo pensar que es el mismo hombre quién acaba con el hombre. Y se monta un juicio como el de Nurember y otros escándalos, más se es indiferente ante el mayor genocidio jamás visto.
Un abrazo, Fernando.
Como muy bien dices, Salvador, es tremendo pensar que es el mismo hombre quién acaba con el hombre, sobre todo cuando, como afirma el Papa Juan Pablo II en la Evangelium Vitae, "Dios confía el hombre al hombre". La responsabilidad que tenemos es altísima, no sólo en lo que concierne a nuestra propia familia, los más cercanos, sino a toda la humanidad.
Por supuesto, apoyo plenamente la campaña de los 40 días por la vida, de Perú. Un abrazo!
Gracias elige por tu respuesta. Tienes toda la razón, el hombre se autodestruye porque sin DIOS no tiene sentido su existencia.
Un abrazo en XTO.JESÚS.
¡Qué bonita fotografía! Lo que daría por poder tener otro bebé en brazos... Dios dirá. Nada mejor me ha sucedido que mis tres regalitos del cielo...
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