Suele
pasar que todo lo de ayer nos huele diferente a lo de hoy. Al hablar
del pasado pensamos que fueron tiempos mejores, o que las cosas
sucedieron de otra forma. Sin embargo, nada más lejos de la realidad,
porque ayer ocurría lo mismo que hoy.
En
sus primeros tiempos, la Iglesia sufríó diferencias y pensamientos que
los enfrentaban a diario. Sabemos que el admitir y aceptar bautizar a
los paganos costó muchas disputas y diferencias. Mientras unos sostenían
que era imposible aceptara, otros defendían que Jesús admitía a todos.
Mientras
unos, extremadamente celosos de la Ley Mosaica y las tradiciones de sus
antepasados, las mantenían aún como seguidores de Jesús, otros se
renovaban y moderadamente dejaban el hombre viejo para convertirse en el
hombre nuevo que nacía con el Bautismo ofrecido por Jesús.
El
camino de la Iglesia siempre ha estado salpicado por luchas internas
que lo han abierto y renovado. Esa es la misión del Espíritu Santo, y de
no ser así estaríamos todavía con la circuncisión y con el ojo por ojo.
La vida nueva que nos trae Jesús, el amor, renueva todo nuestro pensar y
obrar. No todo el que dice Señor, Señor... entrará en el Reino de mi
Padre, sino aquel que cumple su Voluntad.
Y esto no fue algo que correspondió al pasado, vive en el presente (El legalismo y...)
y sucede en nuestras parroquias, nuestras comunidades, nuestros grupos,
nuestra Iglesia. Esa es la Iglesia, la Iglesia de siempre, la que
crece, la que se renueva con sus cruces y sangre, pero que avanza guiada
por el Espíritu Santo.
Y
su Voluntad es el amor, es la vivencia de la honradez, del criterio,
del dominio de sí mismo, la constancia, la piedad, el cariño fraterno y
el amor. No son actos desencarnados ni contabilizados. No son promesas
hechas como contrapartidas a algún favor, ni sacrificios como pago a la
resolución de determinado problema. Para eso no hubiese hecho falta
tanto amor de cruz.
Estamos
ciegos, porque todos entendemos que estos sacrificios y promesas no
sirven de nada. No es el Señor Alguien que se dedique a coleccionar
regalos y ofrendas. Ni tampoco necesita nada de nosotros. Es claro que
para eso no vino a la tierra, ni tomó nuestra naturaleza humana. Se
supone algo más serio, que implique toda nuestra vida, nuestro ser, y
que suponga un cambio que, pasando por la cruz, cruz de muerte, resucite
en el compartir la vida por amor.
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