Hay dos acontecimientos que están muy cerca el uno del otro. Les separa una semana, pero la verdadera diferencia se esconde en que, mientras uno significa la salvación y la liberación del dominio de este mundo, el otro es un acto más festivo, alegre que celebra el fin de un año y el comienzo del otro. Ambos coinciden en que son celebraciones, pero muy diferentes en valor y significado.
Sin embargo, da la impresión que se confunden. Muchos llamamos navidad a los dos, y nada más falso, porque Navidad es la festividad en la que celebramos el nacimiento del Niño Jesús, centro y norte de la vida de un cristiano. Mientras que el otro, el año viejo y nuevo, es simplemente una fiesta grande de fin de un año y comienzo de otro. Navidad es el primero, y fiesta de fin de año, el segundo.
La sensación es que la gente le da más importancia a la celebración de fin de año. O, si no es así, la ve con más agrado y alegría. Es verdad que en Navidad se reunen las familias, pero, en muchas, es una fiesta más de alegría y cantos, sin centrarse en lo que realmente significa. No somos muy consciente del amor de Dios, y de su venida a este mundo para sacarnos y liberarnos de él.
Y es que amar siempre cuesta. Y cuesta mucho. A Jesús, el Hijo de Dios, le costó padecer y la vida. Y a nosotros se nos presenta el mismo panorama. Pero, nadie puede dudar, que detrás de ese ofrecimiento florece la vida y la felicidad. Así lo experimentó Jesús en la Cruz, y así también se nos ha prometido que lo experimentaremos nosotros. Por eso, conviene fijarnos bien y esta fiestas y no confundirlas ni mezclarlas.
Sabemos, por nuestra fe, que Jesús nace de María, concebido por el Espíritu Santo. Y que la aceptación voluntaria de María hace posible ese nacimiento. Ella, corredentora por la Gracia de Dios, se ofrece a entregarnos al Mesías que nos libera y salva. Hagamos el esfuerzo de contemplar el Misterio del Nacimiento de Dios con alegría, esperanza y paz. Eso es Navidad.
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