Hay mucha gente que tiene fe, porque sin fe no se puede vivir. Siempre, a cada instante, estamos haciendo actos de fe. Lo hacemos cuando subimos a un avión, cuando cogemos un taxi, cuando circulamos por la calle o comemos en un restaurante. Nos fiamos de aquellos que nos prestan un servicio.
Y, pensándolo bien, cada acto de esos significa un gran milagro, porque experimentamos lo buena que es la gente. Podríamos converger que hay más de bueno en las personas que de malo, y por eso, el mundo tiene más bien que mal. Y por eso podemos fiarnos uno de los otros.
Esto nos lleva también a pensar que el mal existente es responsabilidad de todos aquellos que no responden a la confianza que en ellos depositamos. Por intereses egoístas y cómodos nos mienten, y nace la desconfianza que enciende las dudas y los miedos.
Así ocurre con nuestra fe en Jesús. Somos muchos los que nos confesamos creyentes, pero, ¿va nuestra vida en coherencia con nuestra fe confesada? ¿Organizamos nuestra vida de acuerdo con la Voluntad de Dios? ¿O por el contrario confesamos creer, pero vivimos según nuestros intereses y proyectos?
Sin lugar a duda, existe más de incoherencia que de coherencia. Nuestra fe es incoherente, porque de no serlo se notaría en gran manera. No hay que mirar sino al mundo político, y comprobar que hay muchos políticos que se dicen católicos, pero sus proyectos e idearios políticos no están de acuerdo con los de Jesús.
No son los pobres, la vida, la justicia, la igualdad de oportunidades, la... lo que ocupa prioridad en sus planes o proyectos. ¡No!, se mira primero para los votos, para los intereses partidistas, para la seguridad de mantener el poder. No se responde a la fe que se expresa. La palabra no concuerda con la vida.
No está el sarmiento unido a la vid, al menos no bien unido, porque no le llega la savia necesaria para que sus frutos sean los debidos y los esperados. Las cosechas son de mala calidad, de frutos inmaduros, no cultivados con los requisitos exigidos.
Y las consecuencias son conocidas por todos los que nos alimentamos de esos frutos: injusticias, guerras, odios, muertes... No permanecemos agarrados a la Vid Verdadera y nuestra vida se tambalea, se resiente, se debilita. Los frutos serán escasos y malos.
Por eso, reflexionemos a que vid nos agarramos, y qué viñador nos cuida, porque dependiendo de la vid y el viñador, así serán nuestros frutos.
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