No sirven los discursos y las conferencias para cambiar a las personas. Incluso buenos testimonios tampoco sirven para provocar conversión, si bien, es verdad, que muchos se convierten oyéndolas, presenciando un buen testimonio o a través de un eficaz discurso. Pero la conversión se produce cuando Dios toca un corazón inquieto, que busca y desea encontrar respuestas de verdad en este mundo loco y sin sentido.
Sin esa chispa ni inquietud, San Agustín no hubiese encontrado al Señor, y así muchos de los santos que hoy veneramos en los altares. La conversión llega cuando descubres que los valores tanto materiales como espirituales de este mundo son caducos y no te conducen a ninguna parte. Ni el poder material ni el intelectual arreglan nada. Al contrario, lo enredan y corrompen.
Sólo el Amor que predica y del que habla Jesús nos trae paz, sosiego, verdad y vida eterna. Porque es su Padre, Creador de cielos y tierra, quien lo envía a decirle a los hombres que los ama y que quiere salvarles para una vida gloriosa y llena de paz y amor eterno. No hay más.
Así de simple y sencillo, hasta los niños lo pueden entender, y quizás, Él lo ha dicho, tendremos que ser como niños para entenderlo. Y sólo, cuando se descubre esa realidad que llevamos dentro y buscamos, es cuando estamos en situación de responder a la llamada de Dios.
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