Sucede que te crees fuertes y seguro. Has avanzado por el camino y tus hábitos se han fortalecido. Experimentas que eres capaz de dominar tus apetencias y disciplinar tus apegos y perezas. Sin embargo, sabes que no puedes engañarte. La cuestión no es una disciplina sistemática, aunque eso conviene y es muy necesaria, sino lo importante es el amor.
Y eso entra ya en la profundidad del corazón y de lo irracional. A veces la prudencia y el sentido común te indican que no debes acercarte o hacer una determinada acción, pero el corazón te invita a compadecerte y a tomar el riesgo del amor. Jesús así lo hizo, pues experimentando rechazos, soledad e indiferencia, siguió adelante. Nosotros aprovechamos el sentido común y la prudencia para justificarnos.
Y no niego ni afirmo que debo hacer una u otra cosa, pero si pongo en duda mi forma de actuar. La cuestiono y me preocupa. Lo importante es que descubro una necesidad aún todavía mayor, la necesidad imperiosa de la asistencia y el auxilio del Espíritu Santo. Es Él quién puede aconsejarme, impulsarme y darme la sabiduría y el valor suficiente para hacer lo que debo hacer.
Eso enciende más mi ánimo de orar, de suplicar luz y de encontrar caminos que me ayuden, no sólo a cumplir, sino a vivir lo que el espíritu de la Palabra contiene y demanda. Porque sólo en la vivencia de cada día del amor, tendrá sentido y significancia la Palabra. De otra forma, toda palabra, práctica y piedad queda hueca.
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