14 de marzo |
No pasa nada, como quien se toma un café, cuando se ha matado o al menos intentado matar a alguien. Incluso, si cabe, con mayor gravedad si se trata de un ser inocente nacido ya en el seno de su madre. La huella del mal hecho queda grabada a fuego en la conciencia del presunto asesino.
Porque, sí pasa, es un asesinato y un asesinato premeditado y pensado, porque un aborto no se hace sin antes prepararlo. Salvo aquellos abortos que ocurren de forma natural y sin quererlo. Eso ya se entiende.
Sucede que nuestra conciencia está hecha para buscar el bien y, por supuesto, para amar, y cuando hacemos algo contrario a ella, nos advierte y expresando su disconformidad. De modo que, cuando hemos matado nos advertirá que hemos obrado mal, y eso nos remuerde y no nos deja en paz.
Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Lo quieras o no admitir, y tu corazón busca el bien, a pesar de que la cizaña del mal cohabite también en él por el pecado, y luche para inclinarte al mal. Pero cuando lo haces, tu conciencia te reprime y te advierte de tu mala acción. Matar es algo que no está escrito en el corazón del hombre, porque el hombre siente primero el amor, pero el pecado lo puede vencer e inclinarlo a matar.
El aborto es un crimen y si importa mucho. El catorce de marzo, las familias van a salir a la calle para dejar escapar ese grito en defensa de la Vida. Una vida a la que tienen derecho todos los hombres desde que son concebidos en el seno de sus madres.
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