El camino no termina, porque el mal siempre está de pie mientras haya un hombre en pie. El pecado, que anida en el corazón del hombre, no duerme, y está vigilante para tentar y perder al hombre. Por eso, el estar vigilante se hace necesario. Una vigilancia de escucha y oración que nos fortalezca para preservarnos del mal.
Seguimos la marcha. La marcha por la vida, por una vida digna, libre, justa, que respete los derechos humanos: el derecho a la libre educación; el derecho a expresarse; el derecho a la libertad religiosa; el derecho a buscar y promover el bien común; el derecho a la vida sin ninguna interrupción.
Y todos esos derechos se discuten y se defienden en el Parlamento. Por eso tenemos que enarbolar nuestro voto. Un voto que proclama los derechos de todos los hombres y que le sean respetados libremente. Un derecho a vivir en justicia, verdad y paz. Unos derechos que defiendan la dignidad del hombre por encima de la ley, los ideales o ideologías humanas. Unos derechos que pongan el mundo y sus riquezas en servicio de todos los hombres y erradique la pobreza, el analfabetismo y la explotación.
Por eso, y quizás por muchas más cosas que defiendan el bien común, los hombres de buena voluntad y buen gusto debemos enarbolar nuestro votos y ofrecerlo a aquellos políticos que quieran defender esos derechos.
Por todo ello, la marcha sigue porque el camino no termina hasta que el Reino de justicia, de amor y paz sea establecido.
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