Han terminado las elecciones y te quedas sorprendido y perplejo. ¡No por los resultados, que son los que son!, sino por la ignorancia de criterios de muchos electores y elegidos, y que, por supuesto, tiene repercusión en las elecciones.
No entiendo como terminado el recuento y conocido la elección, se puede festejar y dar saltos de alegría como si de un premio se tratara. Eso obedece y corresponde más cuando se gana una competición o algo que justifica una mejora en la vida, ¿pero una elección a la que te presentas voluntario para ser servidor del pueblo? Salvo que las intenciones sean otras.
Se supone que debes estar satisfecho y honrado, eso produce una alegría interior de ser depositario de la confianza de la mayoría, pero muy preocupado prudentemente por la gran responsabilidad contraída para corresponder al pueblo y servirlo. De eso a dar saltos alegres como quien celebra una ganancia o premio deportivo, me parece una desinformación o no saber qué es lo que están celebrando.
Las elecciones no son premios, sino elecciones, valga la redundancia, en los que recae la confianza del pueblo por ser personas honradas, competentes y señaladas con los votos para responder y resolver los problemas que al pueblo se le presentan. No se trata de celebrar una fiesta, sino de felicitarse, y claro, estar alegres y contentos, y hasta tomarse un vino, por ser los depositarios de la confianza del pueblo.
Pero, ahora, se trata de responder, de trabajar, de poner los codos y todo el esfuerzo para enfrentarse a los problemas que tiene planteado el pueblo. Crear circunstancias, situaciones y oportunidades de economía para que el pueblo genere trabajo, haya justicia y paz, no son tareas fáciles ni para tirar cohetes.
Les han puesto un trabajo difícil, inmenso y de gran dedicación para con sus esfuerzos llevarlos a cabo. No veo la fiesta y la algarabía por ningún lado, al contrario, la responsabilidad y el esfuerzo de una gran tarea que, al decir verdad, da miedo.
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