Tiempos de y para la vida. Porque la vida camina, crece, y cada etapa de crecimiento es un tiempo nuevo que aprender, sufrir y vivir. Porque sólo se crece muriendo, muriendo a lo viejo, para nacer a lo nuevo, el hombre nuevo, al que pretendemos llegar.
Es un camino de perfección, y la perfección deja lo viejo para tomar lo nuevo, lo que enriquece y perfecciona más. Y todos esos tiempos nos educan, nos dan fortaleza y madurez. Son necesarios hasta llegar al final, la perfección que, por la Gracia de Dios, alcanzaremos al final.
El Bautismo es eso, morir al hombre viejo y nacer al nuevo. Y eso lo desarrollaremos en el trascurso de nuestra vida. Por eso, por el Bautismos recibimos al Espíritu Santo, para que nos dé la fortaleza y la Gracia necesaria para la lucha de cada día y podamos crecer en Gracia y Sabiduría, como hacia Jesús en el tiempo de su infancia.
Interpretar cada tiempo es importante, y sólo con la Gracia del Espíritu de Dios lo podemos hacer y superar. Apartarnos del Espíritu Santo, y cerrarle las puertas de nuestro corazón, es ponernos en manos del diablo y alejarnos del verdadero camino que nos perfecciona y nos da el verdadero gozo y felicidad.
Cada tiempo trae sus afanes, sus dificultades y sus luchas. Y en cada uno necesitamos la Gracia para poder enfrentarnos con éxito y garantía. El Bautismo es la puerta que nos facilita esa entrada al verdadero camino, pero necesita de nuestro esfuerzo y colaboración, y eso es lo que significa morir a uno mismo, es decir, la lucha a muerte contra nuestras propias apetencias, inclinaciones humanas y egoísmos.
Necesitamos morir para nacer de nuevo. Es lo que dijo Jesús a Nicodemo. No se trata de volver a vientre de nuestra madre, sino nacer a la Gracia del Espíritu que nos transforma de hombres viejos y muertos por el pecado, a hombres nuevos renacidos por la Gracia a la Vida nueva y Eterna.
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