Estamos en la época de "protéstalo todo", o dicho de otra forma, rebelate contra todo lo que no satisface tus intereses o tus apetencias. Son los pecados de época, o, las también llamadas, modas de épocas. Todo se discute; todo se rebate; todo está en entre dicho; no hay nada verdadero, pues todo depende de como yo lo entienda y me apetezca.
Es la cultura del relativismo donde se impone mi verdad ante la Verdad. Nada me viene dado, sino que yo proyecto e invento mi verdad y por esa me rijo. Es la época de las multiculturas donde todo está en tela de juicio. No hay nada cierto, sino todo es según tú o yo, de tal manera, que se defiende con gran ahinco los atropellos a los camiones, medios de transportes, y al atentado a un camionero, quemado en su propio camión, como se deja en la indiferencia de muchos el atropello a la libertad de educar a tus propio hijos, o la muerte de un ser indefenso, que por tan indefenso, no es visible, ni nadie lo conoce ni lo puede ver como es el feto. En su caso no tiene defensa ninguna, menos que los condenados por asesinato y terrorismo; no tiene derecho ni a un abogado de oficio, no puede hablar ni decir: ¡estoy vivo!
Es la época de la cultura de la muerte por imposición: malos tratos, terrorismo, abortos, eutanasia... etc. Es la época de la cultura de la búsqueda: nuevas tecnologías, nuevos adelantos en la medicina, industria, ocio... etc. Es la época de la cultura del hombre: rey y dueño de todo lo que le rodea, dueño de su propio destino, ser suficiente para dirigir su vida, ser inteligente capaz de responder a sus propios interrogantes... etc. Es la época de la multicultura, como antes señalábamos, donde todo se busca, se pregunta, se interpela y se trata de dar una respuesta inmediata, porque lo importante es vivir y la vida no espera, se acaba.
Y, también, es la época de la oscuridad, eso se me ocurre a mí decirlo, porque creo que lo que está pasando responde a eso: "oscuridad y ceguera". Nada más allá de la realidad comprobar que lo más importante no se busca ni se pregunta. Nada más allá de la realidad, que lo que verdaderamente interesa al hombre no se aborda, ni se le hace frente: "la cultura de la vida". Me refiero a la lucha de la vida contra la muerte. ¿Por qué buscamos tanto otras cosas y no nos preguntamos que ocurre después de nuestra muerte? ¡Por qué tanto afán en atesorar bienes y poder, si en unos cuantos años todo termina y aquí se queda?
Me pregunto cuando veremos manifestaciones que reivindique los valores y derechos a la vida, a la libertad digna que lleva intrínsecamente la Verdad, a la educación elegida y libre, al respeto y a la solidaridad del bien común. Me pueden decir que las hay, y afirmo que sí, las hay, pero muchas llevan soterradamente intenciones partidistas, oportunismo político y otras intenciones. Debemos aprender a jugar limpio, con transparencia y rectitud sincera. Otra serie de valores que debemos reivindicar. Y no basta que cada uno lo piense por separado, es necesario pensarlo juntos y juntos manifestarlos.
No puedo dar otra respuesta, sino en la que creo es la única y verdadera solución a todos los males, que el hombre, de espalda a ÉL, se ha creado y sigue creándose: DIOS. DIOS busca al hombre y cada ser humano es una historia de amor, dijo monseñor Juan Esquerda Bifet, de la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma (Aquí y Ahora, Alfa y Omega). Esto es algo común a todas las culturas. La fe cristiana es compatible con todas las culturas porque las trasciende, ya que no es un producto del hombre, sino de DIOS. No destruye ninguna cultura, sino que la eleva, pues la Gracia de DIOS no destruye la naturaleza, sino que la transforma.
Aquí, nos encontramos en el principio del diálogo entre fe y cultura. Todo diálogo parte de una premisa verdadera: JESUCRISTO, puesto que ÉL mismo se presenta como la VERDAD: "quien no está CONMIGO, está contra MÍ". El diálogo debe ser claro y respetar a la persona, lo que no significa respetar las ideas si van en contra de JESUCRISTO. El amor y la verdad tienen una relación intrínseca. De esta manera, la verdadera inculturación es capaz de impregnar el Evangelio al resto de las culturas sin someter a ninguna.
Y para que haya una evangelización por parte de la Iglesia Universal, ésta tiene que empezar por la misión de la Iglesia particular. Para ello, la conversión individual es imprescindible, para que el SEÑOR transforme a la persona y ésta a la sociedad. Hoy, como alertó el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, vivimos en una sociedad de mayores, en la que los jóvenes escasean, una cuestión que viene de la negación del amor matrimonial, y cuando se niega éste, se niega todo. Se hace pues necesario y urgente la defensa de la familia, pues en ella donde descansan los pilares de nuestra sociedad.
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