lunes, 4 de abril de 2011

LAS RAZONES PARA ABORTAR, ¿SON VÁLIDAS?

una pastoral matrimonial como...


Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el oído y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal.

Todo hombre está bajo el signo del pecado y añadimos a él nuestros pecados personales… El mal está fuera y dentro de nosotros. No sólo en nuestro entorno sino dentro de nuestro propio corazón. Mi propio juicio sobre la existencia está tocado y por eso debo recurrir a las sagradas escrituras (Revelación) para buscar la luz que necesito para encontrar el camino de mi liberación. Sólo, estoy perdido.

Sin darnos cuenta vamos aceptando actitudes que antes eran indignas e imposibles de aceptar, y las damos por buena y las hacemos normales… Por ejemplo, hoy, bebemos todo lo que nos ponen por televisión… Antes la apagábamos, pero hoy lo consideramos como normal… Si miramos un poco hacia atrás, observamos cuanta diferencia de actitudes y comportamientos hay en este espacio de tiempo. Sólo necesitamos reflexionar un poco.

Igual nos ocurre con muchas otras actitudes… Nos vamos acostumbrando a convivir con el aborto y a oír hablar de él como un derecho y algo natural. Vámonos contaminándonos peligrosamente y aunque no estamos muertos si bastantes tocados. Y, en el fondo, la consecuencia, tanto del aborto como de otros males sociales se esconden en el pecado que no queremos reconocer ni aceptar. Así nos va.

Tras nuestras propias caídas sacamos el dedo de la acusación y nos justificamos señalando al otro como culpable (La mujer que me diste…). Buscamos consuelo acusando a los demás… Encendemos la discordia en nuestro corazón. Nos ponemos en conflicto el uno frente al otro.

¡Cuanto mejor no sería aceptarnos culpable y pedir perdón! Gracias, por favor y perdón son las tres actitudes que perdemos por la discordia. Gracias por la gratuidad, por favor, porque todo es realizado por amor, y perdón porque a cada momento estamos equivocándonos y metiendo la pata.

Estamos dominados por el espíritu de dominio, consecuencia del pecado, y se produce una traslación a la animalización propia de los animales. Nos convertimos en verdaderos animales y dominamos al otro por la fuerza. Eso tan frecuente en llamar “machismo” es la imposición del más fuerte, el macho, tan propio de los animales. Lo que en un principio fue una fuerza de atracción, hoy se convierte en un sometimiento y concupiscencia de utilización del otro y nos predisponemos voluntariamente a eso.

Y mientras no se vaya a la verdadera raíz, los malos tratos seguirán proliferando en nuestros pueblos, porque no se trata de una educación sino de una consecuencia del pecado que nos somete y de que sólo saldremos vencedores por nuestra voluntad alumbrada por la razón desde la fe en la Revelación. Es ahí donde está nuestra liberación.

Confundimos las apetencias con las voluntades frente a los sentimientos hacia otras personas. No podemos dejar de sentir lo que sentimos y apetecemos, pero tenemos nuestra voluntad para obrar según mi razón y desde ahí a la Revelación que ilumina mi fe. 

Sentimiento – apetencias – voluntad – razón y fe. Cuando accedemos a cambiar y alterar este orden, contrario a mi conciencia, nace la infidelidad, los celos y los conflictos que amenazan y rompen el matrimonio. Los celos son los frutos de la desconfianza de un miedo a perder y poseer. Son una manifestación muy clara de que el pecado ha llegado a tocarnos y nos incita a dejar de pensar bien. Nos impide amar y confiar.

También la cultura dominante hace y favorece todos estos conflictos y rupturas matrimoniales. Estamos en una cultura divorciada y de infidelidades que amenazan el matrimonio y la familia, y con ello a la sociedad y los pueblos, tanto desde el punto de vista espiritual como material. Porque la economía de los pueblos depende del bienestar del matrimonio eclesial, es decir, de la familia.

Y digo bien, “eclesial”, porque sólo desde la Iglesia se puede encontrar la estabilidad matrimonial, unión del hombre y la mujer, apoyada en la fidelidad que sostiene el amor mutuo.

 Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con DIOS, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (Gn 3, 12); su atractivo mutuo, don propio del creador (Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia (Gn 3, 16); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (Gn 1, 28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (Gn 3, 16-19).

Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que DIOS, en su misericordia infinita, jamás les ha negado (Gn3, 21). Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual DIOS los creó “al comienzo”.

De esta forma, al alejarse de su Creador y querer determinar su propio destino, el hombre y la mujer cavan su propia tumba y se precipitan al caos y la anarquía. Es lo que empezamos a ver, nos perdemos en nuestras propias pasiones y apetencias. Quedamos sometidos a nuestros sentimientos y pasiones y nuestra voluntad se esclaviza y se animaliza perdiendo lo más genuino y característico de la persona humana: nuestra libertad.

2 comentarios:

eligelavida dijo...

Nos hemos acostumbrado a convivir en un mundo donde impera la cultura de la muerte, y este acostumbramiento no deja ciegos para ver la verdad como es.

No existe una razón válida para matar a un ser humano inocente. Pero este acto, escandaloso por lo que significa, ya casi ni nos conmueve. Hay que despertar y salir de este círculo de egoísmo que hace que los padres exijan un 'control' de calidad para amar a sus hijos, o que los fabriquen a su medida.

Salvador Pérez Alayón dijo...

Gracias elige por compartir tus pensamientos y por tu compromiso con la vida. Nos animas a todos.

Ese es el camino, no desfallecer y proclamar la vida ante la muerte, porque hemos sido creados por amor, y amor es vida no muerte.

Estamos hechos para vivir eternamente y no podemos callarnos esta Verdad, porque es lo que todos queremos encontrar: "La Vida eterna".

Por lo tanto, como tú muy bien dices, elige, seguiremos luchando y proclamándolo a todo el mundo: "La vida nos ha sido dada para siempre".

Claro, apoyados en el ESPÍRITU SANTO que nos asiste y conforta.

Un fuerte abrazo en XTO.JESÚS.

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