Ayer oí comentar a una amiga sobre varios libros a elegir para leer y meditar. Entre ellos uno que reparó nuestra atención fue: "Cuestión de principios". Inmediatamente surgió en mí que si no tengo claro mis principios significa que todavía no he empezado ni siquiera a caminar. Y me explico:
Si a estas alturas no sé por qué soy creyente católico, como titulo este blog, convendrán conmigo que mis ideas no están lo suficientemente claras como para navegar por este medio y proclamar lo que proclamo. Sería algo así como una veleta que mira para donde el viento le sopla: "ora aquí, mañana allí.
Sí, es verdad que un creyente no está hecho nunca. Su mar es un mar lleno de dudas que tiene que soltear, y su barca es una nave frágil, expuesta a las olas de la influencia, de las tentaciones, de las debilidades, de las limitaciones, de la carnalidad y humanidad. Su nave está tocada por la pobreza humana que somos, el pecado, y su navegación necesita de un buen piloto, el Mejor, para llegar a puerto seguro.
Porque, ésta es la clave, no se trata de llegar a un buen puerto, sino al Mejor, al que nos depara seguridad absoluta y para siempre. Pues uno que nos mantenga seguro por unos años no nos satisface plenamente. Queremos, y en eso todos estamos de acuerdo, ¿no es así? estar seguros para siempre.
Y el único que existe. No el que conozco por ahora, sino el Único que hay es JESÚS, el Hijo de DIOS que se hizo hombre como yo, ¡vaya regalo! para, permaneciendo a mi lado, y por la acción del ESPÍRITU SANTO, conducir, conmigo, "ÉL también me necesita, pues me pide la libertad que me dio y me respeta", la nave hasta la Casa del PADRE.
Y no, por el hecho de estar donde estoy, puedo considerarme mejor copiloto que otros. Pues estando tan cerca puedo estar muy lejos. Eso les ocurrió, y sigue ocurriendo, a muchos (fariseos) que considerándose los elegidos se perciben como privilegiados y con derechos de ser salvados. Y no es así. JESÚS nos mueve y nos enseña que lo único que va a determinar el buen rumbo de nuestro viaje es la conversión interior, el vuelco de nuestro corazón. Un corazón viejo, apegado a la soberbia, a la suficiencia, al poder, a los caprichos y apetencias, a la sensualidad y materialidad de nuestra condición humana que tiene que trasladarse, para eso es el viaje, a un corazón nuevo, desapegado, abierto a la generosidad, humilde, pobre, amoroso y disponible a las indicaciones del Buen Piloto. Esa pascua del hombre viejo al nuevo es el mayor privilegio que tenemos y el que va a colmar nuestras ansias de felicidad y eternidad.
Y ese es el camino, que así entendido encontrará el buen rumbo y la ruta que encamina hacia la morada deseada y anhelada. No un camino caprichoso, ni según mis creencias y conveniencias. No un camino a mi medida, a mis gustos e ideas. No un camino de mis proyectos y planes, sino un camino trazado según JESÚS y la Voluntad del PADRE, como ÉL mismo lo recorrió. Esa es la clave, y no el privilegio. Puedo estar entre los elegidos, pero encontrarme muy lejos de ser elegido porque mi corazón no está en ÉL sino fuera de ÉL.
No se trata de estar en el pueblo, sino ser pueblo y del pueblo. Y eso significa otra cosa: acomodar mi vida en la inquietud de la Voluntad del PADRE, y seguir las enseñanzas que JESÚS, el HIJO, me propone. Hacer su Vida en mi vida y vivirla firmemente.
Esos son los principios que alimetan mi ser y mi obrar. Con muchas carencias, desde luego, pero con la firme esperanza de que con ÉL todo lo puedo. Yo y JESÚS mayoría aplastante, y si eso no fuese así vana sería mi esperanza y mi fe.
Malo sería, por eso de nuestra perseverante vigilancia, Eucaristía y penitencia para sostenernos en ÉL, por ÉL y con ÉL. De no entenderlo así podemos estar y no estar. Cuando optamos por encajonar a DIOS y moverlo a nuestras apetencias y preferencias, no estamos convirtiendo nuestro corazón y si apegándolo a las cosas de este mundo. Es entonces cuando no lo encontramos, porque ÉL no está en esas cosas. Lo perdemos y quizás hasta protestamos porque no está.
Posiblemente nos hallamos quedado con la cáscara de nuestra religiosidad, pero vacíos por dentro y carente de un encuentro serio con quien queremos seguir. Sin darnos cuenta nos seguimos a nosotros mismos y a ÉL lo utilizamos para nuestros problemas de difícil solución. No experimentamos su presencia y de esa forma nuestras convicciones se desmoronan, y quizás cuando nos pregunten por nuestros principios no encontramos sino la superficialidad de la cáscara religiosa que nos envuelve: ciertas normas y prácticas que no tienen consecuencia en nuestra propia y real vida. Se produce una doble vida que no sirve a nadie ni para nada. Es la pura esencia de la mediocridad. Es entonces, en el mejor de los casos, cuando caemos en la cuenta de nuestra actitud farisaica y de estar anclado en el hombre viejo del Antiguo Testamento.
Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano existir, lo que el Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en encajonar a Dios, y si no es capaz de romper en su interior con esa corteza de un dios hecho a mi imagen y semejanza, «un dios de juguete», Dios va a seguir escapándose, Dios va a continuar yéndose de mi existencia.
Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo progreso espiritual? Sin embargo, ¡qué progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en su interior tiene un dios de corteza!
Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el Señor, un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va enseñando, un corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para poder ver por dónde le quiere llevar el Señor.
Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades de la vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo que Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido trascendente y una esperanza de vivir eternamente gozoso para SIEMPRE.
Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano existir, lo que el Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en encajonar a Dios, y si no es capaz de romper en su interior con esa corteza de un dios hecho a mi imagen y semejanza, «un dios de juguete», Dios va a seguir escapándose, Dios va a continuar yéndose de mi existencia.
Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo progreso espiritual? Sin embargo, ¡qué progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en su interior tiene un dios de corteza!
Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el Señor, un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va enseñando, un corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para poder ver por dónde le quiere llevar el Señor.
Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades de la vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo que Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido trascendente y una esperanza de vivir eternamente gozoso para SIEMPRE.
1 comentario:
Muy clara explicación de lo que es la fe y gran final. Pienso que lo que debemos tener claro es que en ese viaje al Mejor puerto a veces podemos ir a toda vela, pero otras veces parece que no hay viento y tenemos que remar y esforzarnos, sabiendo que nunca estamos solos en la lucha. Un abrazo!
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