sábado, 4 de agosto de 2012

TRATANDO DE PENSAR BUSCANDO LA VERDAD



No quiero pronunciarme, y no quiero porque no tengo ningún pronunciamiento claro. Digamos que se trata de buscar criterios que nos ayuden a discernir el camino y encontrar la verdad. Hay muchas interpretaciones que parecen validas, al menos hay que reflexionarlas despacio y a la luz del Espíritu Santo.

He observado cosas que creo merecen ser puestas sobre la mesa. No se puede estar haciendo algo que va contra nuestra propia conciencia. Me alegró la noticia del comentario del obispo que publicó Donjoan en blogueros católicos sobre el abstenerse de comulgar aquellas parejas divorciadas y vuelta a casarse, se entiende por lo civil.

Yo también me escandalicé el otro día cuando observé a una persona, separada, que cohabita con otra, y que se acerca y se le da la comunión. Sé que el sacerdote no está al tanto de saberlo, pero es que se le dice y no tratan de actuar. Ni siquiera lo comentan y dicen publicamente en la iglesia. Me parece que eso no está bien. ¿Qué está pasando en nuestra Iglesia? ¿Qué criterios seguimos?

También observo que los pastores están más entretenidos en hacer cosas, reuniones, obras de reparación, fundaciones...etc., que administrar los sacramentos, sobre todo la penitencia. ¿Qué pasa con las prisas y con tantas cosas? ¿A dónde vamos? ¿Por qué corremos?

No quiero desesperarme, ni tampoco perder la serenidad. Me pongo en Manos del Señor y del Espíritu Santo. Sin embargo, quiero compartir, sin entrar, al menos por mi parte, a valorarla, la reflexión de Leonardo Boff, que me parece que puede ayudarnos a mirarnos un poco.

Nosotros los occidentales, 

los principales responsables

El conjunto de crisis que avasalla a la humanidad nos obliga a parar y hacer un balance. Es el momento filosofante de todo observador crítico, siempre que quiera ir más allá de los discursos convencionales e intrasistémicos.
¿Por qué hemos llegado a la situación actual que objetivamente amenaza el futuro de la vida humana y de nuestra obra civilizatoria? Respondemos sin mayores justificaciones: los principales causantes de este recorrido son aquellos que en los últimos siglos detentaron el poder, el saber y el tener. Ellos se propusieron dominar la naturaleza, conquistar el mundo entero, someter a los pueblos y poner todo al servicio de sus intereses.

Para esto utilizaron un arma poderosa: la tecnociencia. Por la ciencia identificaron cómo funciona la naturaleza y por la técnica realizaron intervenciones para beneficio humano sin reparar en las consecuencias.
Los señores que realizaron esto fueron los europeos occidentales. Nosotros latinoamericanos fuimos agregados a ellos a la fuerza como un apéndice: el Extremo Occidente.

Esos occidentales, sin embargo, están hoy enormemente perplejos. Se  preguntan aturdidos: ¿cómo podemos estar en el ojo de la crisis si tenemos el mejor saber, la mejor democracia, la mejor economía, la mejor técnica, el mejor cine, la mayor fuerza militar y la mejor religión, el cristianismo?

Ahora estas “conquistas” están puestas en entredicho, pues ellas, no obstante su valor, es innegable que ellas no nos proporcionan ningún horizonte de esperanza. Sentimos que el tiempo occidental se ha agotado y ha pasado ya. Por eso ha perdido cualquier legitimidad y fuerza de convencimiento.

Arnold Toynbee, analizando las grandes civilizaciones, notó esta constante histórica: siempre que el arsenal de respuestas para los desafíos ya no es suficiente, las civilizaciones entran en crisis, empiezan a descomponerse hasta que colapsan o son asimiladas por otra. Esta trae renovado vigor, nuevos sueños y nuevos sentidos de vida personales y colectivos. ¿Cuál vendrá? ¿Quién lo sabe? He aquí la pregunta crucial.
Lo que agrava la crisis es la persistente arrogancia occidental. Incluso en decadencia, los occidentales se imaginan como la referencia obligatoria para todos.

Para la Biblia y para los griegos este comportamiento constituía el supremo desvío, pues las personas se colocaban en el mismo pedestal de la divinidad, considerada como la referencia suprema y la Última Realidad. Llamaban a esa actitud hybris, es decir, arrogancia y exceso del propio yo.

Fue esta arrogancia la que llevó a Estados Unidos a intervenir con razones mentirosas en Irak, después en Afganistán y antes en América Latina, sosteniendo durante muchos años regímenes dictatoriales militares y la vergonzosa Operación Cóndor mediante la cual centenares de líderes de varios países de América Latina fueron secuestrados y asesinados.

Con el nuevo presidente Barak Obama se esperaba un nuevo rumbo, más multipolar, respetuoso de las diferencias culturales y compasivo con los vulnerables. Craso error. Está llevando adelante el proyecto imperial en la misma línea del fundamentalista Bush. No ha cambiado sustancialmente nada en esta estrategia de arrogancia. Al contrario, inauguró algo inaudito y perverso: una guerra no declarada usando «drones», aviones no tripulados. Dirigidos electrónicamente desde frías salas de bases militares en Texas atacan, matando a líderes individuales y a grupos enteros en los cuales suponen que puede haber terroristas.

El propio cristianismo, en sus distintas vertientes, se ha distanciado del ecumenismo y está asumiendo rasgos fundamentalistas. Hay una disputa en el mercado religioso para ver cuál de las denominaciones consigue reunir más fieles.

Hemos presenciado en la Río+20 la misma arrogancia de los poderosos, negándose a participar y a buscar convergencias mínimas que aliviasen la crisis de la Tierra.

Y pensar que, en el fondo, solamente buscamos la sencilla utopía, bien expresada por Pablo Milanés y Chico Buarque: la historia podría ser un carro alegre, lleno de un pueblo contento.

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