- «El que no sirve para servir, no sirve para amar». La...
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porque si nos dejamos llevar por nuestras inclinaciones podemos derivar en ambiciones y egoísmos que nos llevan a excluir y someter a nuestros rivales y competidores. Cada competición debe estar marcada por la actitud de servicio, de lealtad, de honradez y justicia, y, sobre todo, de humildad.
Ser competidor significa aceptar que otro te pueda superar en la destreza de alguna disciplina deportiva, como también en los talentos de la propia vida. Han sido repartidos por nuestro Padre Dios, y cada uno tendrá lo que Dios le ha dado.
No importa, pues, ser el primero, sino lo que tengas, sea mucho o poco, ante el Señor vale lo mismo, recordemos la parábola de los obreros de la viña, ponerlo al servicio de los demás. Ejemplo, María, que llena de Gracia se hizo la servidora de su prima Isabel corriendo hacia su casa para pasar allí unos tres meses a su servicio.
Reflexionemos, anunciada y llena de Gracia para ser la Madre del Redentor y Salvador del mundo, no alardeó de su elección y nombramiento, sino que emprendió un duro camino de subida para humildemente ponerse al servicio de su prima Isabel.
Competir no es buscar ser el primero, sino siéndolo o no, poner todas nuestras capacidades y talentos al servicio de los demás y en justa competición. Así todos ganan, y todos son premiados por su participación, su esfuerzo limpio y justo. Así, no solo en la competición deportiva, sino en la competición propia de la vida, la competencia libre, leal, honrada, justa, fraterna y solidaria, sería un bien para la humanidad donde el hombre se sentiría gozoso y en paz.
Pidamos, de la mano de María, que el Espíritu Santo nos de la sabiduría de saber buscar, no los intereses económicos, deportivos y mayores, sino que sepamos dar todo lo que podamos en beneficio de la justicia, del bien común y de la paz. Y sobre todo, el premio no caduco, sino aquel que perdura eternamente. Amén.
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