domingo, 16 de marzo de 2008

Mis amigos los curas.


Me he sentado a dar riendas suelta a mi imaginación pensando que es muy importante tener a diario un momento de encuentro con uno mismo para, despojado de toda influencia externa e interna, con toda tranquilidad, verme y ver cómo soy, cómo actúo y cómo creo o pienso que actúan los demás, examinándolo todo desde mi interior hasta el punto de superponerme en sus mismo planos. De esta forma y sin darme cuenta en mi viaje mental, he ido recorriendo caminos internos que existen y palpitan esperando nuestro esfuerzo sincero y humilde para, a través de ellos, irnos adentrando en un mejor conocimiento de nosotros mismos, de los demás y, en definitiva, de DIOS, porque ÉL está en todos y todos tienen algo de ÉL. Así, caminando, surgió en mí la idea de hacerme cura mentalmente por unas horas, para, humildemente y con mis pobres palabras, expresar cómo me veía y realizaba en tan maravillosa y suprema vocación consagrada por amor, de una forma especial e integra al servicio de los demás. Y digo esto porque en mi reflexión entendía que a todos nos incumbe tan grandiosa tarea, ya que parte de ese AMOR somos, y amor nos exige cualquiera de los ambientes en que DIOS ha querido que se lo manifestemos.

Continuando mi camino, me doy cuenta que amor es la familia, amor es el trabajo, amor es la justicia, amor es la honradez, amor es el servicio, etc, en conclusión me decía: amor es hacer, es realizarme por los demás y por mi mismo porque no me puedo negar que cuando lucho por mi familia es porque la quiero en promoción, porque la quiero a flote por así decirlo aunque, como parte integrante de la misma, esa lucha por los míos sea también mi propia lucha, la que me atañe personalmente a mí mismo por el hecho de ser yo mismo y no otro, por la idiosincrasia de que cada persona es una y no puede ser, ni sentir por otras, porque personalmente cada uno ha de rendir su propia cuenta y al unísono las que se deriven de su compromiso como parte integrante de su racimo. Por eso, así actuando, lo hacemos por verdadero amor y, de esta manera, si nos preguntamos: ¿por qué trabajo?; ¿por qué me preocupan los problemas de los demás?; ¿por qué deseo la paz?, etc en el fondo hay un denominador común: AMOR.

Y en mi superposición mental de sacerdote me veo consagrado por ese Amor a dedicarlo a los demás y ya, desde ese momento, mi familia son todas las familias que en mi peregrinación hacia el PADRE me voy encontrando. Mis amigos son todos los pueblos por los que voy pasando. Mis problemas son todos los problemas que en mi andar nacen. Mis inquietudes son todas las inquietudes que los hombres llevan. En conclusión, me veo sin nada concreto, errante y solo, humanamente hablando, sin una familia por la que específicamente, y de forma concreta, entregarme. No tengo un ambiente definido donde vertebrar mi apostolado, ni unos amigos que, por compartir el mismo trabajo, me señalan ese ambiente de mi apostolado. No tengo nada y tengo todo. Tengo un mundo por el que luchar constantemente, tengo una familia a la que dedicarle mi amor en cualquier lugar, tengo los problemas que a todos abruman, tengo los dolores que todos padecen, tengo las penas y alegrías que todos comparten y, en síntesis, tengo un rebaño que cuidar, dirigir, comprender y amar sobre todas las cosas porque en ellos está DIOS y amándoles a ellos amo a DIOS, mi Único y Dueño SEÑOR.

Y después de todo eso, pienso que soy un hombre de cuerpo y alma como los demás, que por su VOLUNTAD he sido puesto en esta misión de gran responsabilidad y a la que temo por mis propias limitaciones, pero que acepto con valor y esperanza, porque si de ÉL me ha sido dada, de ÉL también recibiré las fuerzas y la luz necesarias para realizarme a pesar de mis defectos, de mis incomprensiones, de mis caídas, de mis egoísmos, de mi pereza... por eso, absorbido de nuevo a mi plano real, he despertado admirando a mis amigos los curas. He recordado sus palabras de paz, sus esfuerzos para aconsejar a la luz del Evangelio, sus inquietudes por nuestras vidas, sus soledades para nuestros servicios, sus horas de espera a nuestras llamadas, sus actitudes de comprensión ,sus panciencias ante nuestras criticas, sus tenernos presente en la oración, sus consuelos a la hora del dolor, en concreto, su amor a los hombres por los que han ofrecido su vida y aceptado todas sus consecuencias para así llegar a través de sus semejantes al único y verdadero AMOR.

Fue escrito en abril de 1.974 en la Provincia o en algún periódico de la época. Tenía veintiocho años. Estaba recién casado y tenía una hija de un año y esperábamos a nuestro segundo hijo. Hoy tienen 35, 32 y 30 respectivamente, el más pequeño no era nacido por aquel entonces. Ha pasado mucho tiempo, unos treinta y cuatro años. Quien me iba a decir que tras esos años iba a transcribir ese articulo en Internet, un espacio donde lo pueden leer mucha gente. ¡Impensable!. Y todo esto porque casualmente lo mantenía guardado, pues no soy muy proclive a guardar nada. También casualmente me he acordado de dicho articulo por leer en el blog de Armando Vallejo "no hay nadie más libre que los curas". Y no hace falta decir, tras el articulo transcrito, que los curas son personas libres que se entregan libremente como lo hizo JESÚS. El amor no se puede imponer sino proponer y, claro, las personas de buen gusto lo eligen libremente porque sólo detrás de la libertad se esconde la felicidad. Naturalmente hay que entender que libertad es no hacer lo que quiero, ni lo que me apetece, sino lo que debo y entiendo que es lo bueno para todos y, por supuesto, como parte de todos, para mí.

2 comentarios:

Armando Vallejo Waigand dijo...

Querido Salvador,

cuando escribiste el artículo que hoy compartes en tu blog yo tenía apenas 6 años, así que me siento heredero de tus pensamientos. Ya ves, la cadena continúa, incluso ahora, en un entorno hostil en el que nos ha «tocado» ser cristianos.

Te diré algo en relación a esto; con el paso de los años ha ido creciendo en mí un mayor sentimiento de agradecimiento a quienes me preceden como portadores de la llama de la fe, quienes la han despertado en las generaciones que les siguen. Un día me hice consciente de que si retrocedemos en la historia unas pocas generaciones —200 generaciones no son nada en la historia del mundo— me encuentro con los primeros cristianos, testigos directos de lo que nos narran los Evangelios. Así, de unos a otros fue pasando el mensaje de Jesús hasta nuestros días. Personas como tú lo hacen posible. Me gustaría ser digno portador de esa lumbre.



Cuánto me alegro de que una nueva llama cristiana se encienda en el universo «blogger». Toda mi admiración. Bienvenido, felicidades por tu blog y gracias por citar el mío en tu artículo.

Un abrazo.

Salvador Pérez Alayón dijo...

No respondí a tu comentario, al menos, en el blog. Hoy después de mucho tiempo al cambiar la fotografía, pues era provisional. Hoy tengo una de mi parroquia y con mis auténticos amigos los curas.
Aprovecho para mandarte un saludo y desear que te incorpores a la tarea de compartir nuestra fe, porque también te necesitamos por aquí. Un abrazo.

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