Ardo en deseos de gritar a los cuatro viento la imperiosa necesidad que tenemos de hacer una seria reflexión sobre la dirección que llevamos en nuestras vidas. Permanecemos expectantes ante la estampida, que se avecina al abismo, irracional y sin sentido, llena de contradicciones y disparatada. No hay coherencia entre lo que se piensa y lo que se hace; no hay referencias donde beber los valores que dignifican a la persona humana; no hay nada, ni nadie que nos alumbre y nos de sentido y razón de nuestro existir y nuestro ser.
Todo es según el cristal con que se mire y, en la mayoría de los casos, de quien lo mire ( relativismo). Los instintos prevalecen a los afectos y sentimientos y, estos, de forma arbitraria y según sientan dirigen mi voluntad y anulan mi razón para, sin ninguna referencia Absoluta, perderse en la tela de araña que nos envuelve y nos dirige: el mundo y sus manipuladores.
Nuestros impulsos instintivos deben estar integrados en nuestros afectos y estos en nuestros sentimientos, pero nuestros sentimientos, lo que deseo y no deseo, deben estar integrados en nuestra voluntad. Nos ha sido donada para, empleándola libremente, ponerla al servicio del bien y encauzar y dirigir nuestros afectos, sentimientos e instintos: ese es el sello de nuestra propia esencia humana y lo que nos distingue y nos hace diferente a otro cualquier ser viviente.
Enfrascados en constituirnos en nuestros propios guías observamos perplejos como a lo largo de la historia las ideologías humanas, nacidas como esperanza y futuro de respuesta a la búsqueda del bien y la felicidad del hombre, han sucumbido en desastres y disparates que han llevado al hombre a su propia destrucción. Hoy sin más, estamos entrando en una espiral de contrasentidos
Sólo es cuestión de tiempo, por eso el tiempo apremia, pues en la medida que avanzamos hacia el sin sentido y disparate, más costará el regreso a la sensatez, al razonamiento, a la fe y al buen camino. Se necesita educar en el discernimiento y en el juicio critico; se necesita integrar lo instintivo, que nos animaliza, en lo afectivo, (ternura, afecto, sentimiento), y lo afectivo en la voluntad (no hago lo que me apetece y quiero, sino lo que debo y es bueno para todos), y mi voluntad debe estar integrada en mi razón, que me indica lo razonable y lo que es bueno, moviendo mi voluntad a tal fin. Y mi razón debe estar alumbrada por la fe en la Única Verdad Absoluta que lo ilumina todo y le da verdadero sentido a la vida.
Desde ahí, desde la crisis de valores tanto materiales como espirituales tenemos que purificar, limpiar todo el fango que nos ciega para sentar los criterios de la Verdad que nos salva y ponerlos en acción. Es tiempo de acción y de concretización. Se hace necesario cribar y asentar los criterios que nos dignifiquen y eleven a nuestra más pura condición humana.
O, por el contrario, ¿no sucede más bien, como lo demuestra ampliamente la crónica diaria, que se difunden el arbitrio del poder, los intereses egoístas, la injusticia y la explotación, la violencia en todas sus expresiones? Al final, es que el hombre se encuentra más solo y la sociedad más dividida y confundida.
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