lunes, 4 de junio de 2012

LA FE DE TU PROPIA FUERZA

¿dominas tú, tu propio mundo?

Confiamos más de lo que pensamos y, sin apenas danos cuenta, creemos que con nuestras propias fuerzas podemos lograr alcanzar la eterna felicidad. Un ejemplo de lo que trata de reflexionar lo representa Pedro, aquel apóstol rudo, firme y endurecido en su lucha contra el mar.

Pedro se sentía fuerte, capaz de lograr lo que se proponía, y nunca pensó que llegará a experimentar la amarga experiencia de negar a Jesús tres veces. Creía en sus propias fuerzas, que luego experimentó que no san tan fuerte. De la misma forma nos puede ocurrir a nosotros. Confiamos en nuestras propias fuerzas, y pensamos que solo con nuestra voluntad y empeño podemos seguir a Jesús.

Poco a poco experimentamos que la tarea es muy dura y difícil. Y que por mucho que nos empeñemos, nos va a ser difícil continuarla. El mundo nos pesa mucho. La carne no tienta constantemente, y el demonio siempre está al acecho para caer sobre nosotros y derrumbarnos. Experimentamos el fracaso de muchos proyectos, compromisos y disciplinas que nos hemos impuesto. Nuestra fe se tambalea y la sentimos débil y frágil. 

Desistimos y casi arriamos bandera. Nos fallan las fuerzas, y nuestra voluntad se debilita. Solo nos queda la esperanza de confiar en quien nunca debemos de deja de confiar: Jesús de Nazaret. Es Él nuestra verdadera fuerza, nuestro verdadero guía, nuestra esperanza y nuestra victoria. Con Él nunca dejaremos el camino, y siempre nuestras fuerzas serán renovadas. En Él siempre encontraremos consuelo, alegría y ánimo para nunca desfallecer.

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