sábado, 24 de noviembre de 2012

¿A DÓNDE ME DIRIJO?

 se hace camino al andar.


Porque puedo llegar a metas muy altas y a ser conocido en un ámbito, diríamos universal, pero no dar los frutos que espera mi Padre. Porque no se trata de dar mis frutos, los que yo quiero y me apetecen, sino los que espera mi Padre. Él me ha regalado todas mis cualidades para dar esos frutos que se esconden y nacen en el amor.

Un amor libre, generoso, que no mira resultados ni exige condiciones; un amor que abraza y perdona; un amor que se da y pone todos sus esfuerzo en buscar el bien en la verdad; un amor entregado y si esperar nada a cambio; una amor por amor hasta dar la vida poco a poco si fuese necesario.

Un amor al estilo de Jesús, olvidado de sí mismo para entregarse a los demás. No se trata de volar muy alto, sino de volar a la altura del verdadero amor, cuya referencia es Jesús de Nazaret. No se trata, pues, de llegar sino de vivir, y ese vivir necesita pararse, reflexionar, mirarse interiormente y encontrarse. Encontrarse con Jesús en los hermanos.

Ese es el camino. Un camino que hay que recorrer despacio, sin velocidades ambiciosas ni de resultados. Un camino lento, compartido y vivido en el amor. Y eso exige paciencia, ritmo proporcional a la capacidad de cada uno y mucho camino en espera. En espera de que te encuentres y lo encuentres, porque sin Él, el camino no tiene sentido. Nos perderemos, y solo encontraremos nuestros frutos, frutos secos, efímeros y caducos.

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