Sin lugar a duda que cuando damos paso a la pasión sin ningún control, corremos el peligro del desenfreno y la locura. La experiencia nos descubre infidelidades, ruinas de familias, explotaciones, abusos, injusticias, tragedias y caos. Nadie ignora que incluso las historias se quedan cortas ante las realidades de lo que se deriva de ese desenfreno pasional. El poder, las riquezas y el dinero buscan placer, erotismo, sexo y vivir a vida placenteramente, incluso si es menester a costa y por encima de los demás.
El hombre se pierde cuando olvida su destino y su vocación, y queda sometido y esclavizado perdiendo su don más preciado, la libertad. Libertad que le abre la posiblidad de liberarse del yugo de la esclavitud y ser eternamente feliz. Porque cuando te buscas a ti mismo y pierdes el tesoro que llevas dentro, el amor, descubres que has elegido un camino equivocado.
No estamos lejos de aquello tiempos que ponen en el centro de sus vidas las satisfacciones, el placer, el sexo y todo lo que sea dar rienda suelta a sus egoísmos (ver aquí), sin mirar el sufrimiento de los que padecen por su debilidad, fragilidad, ancianidad o pobreza. Se busca vivir bien sin mirar para el que vive mal por carecer de todo. No hablamos de castigo ni de sometimientos, pero sí de dignidad, libertad y amor. Y sobre todo justicia.
Amor que implica compromiso y verdad, y libertad que busca el bien. Somos seres humanos, libres para decidir y buscar el bien, el sentido común y la justicia. Y eso parece que debe encuadrarse en una moralidad y ética organizada y justa que respeta al prójimo. Salirse de esos parámetros es peligroso, porque el hombre se pierde, se esclaviza y se confunde, y se precipita al caos y desorden.
Perder el sentido de lo justo, de la verdadera libertad, del compromiso de búsqueda del bien que se concreta en el amor, es perder el rumbo de su verdadera identidad y de su destino.
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