Ocurrió con uno de los crucificado con Jesús. Aquel, llamado para la historia cristiana, el buen ladrón. Un ladrón que confesó sus delitos y reconoció su culpa, así como la inocencia de Jesús. Esa veraz reflexión que hizo a la luz de su vida le dio luz para reconocerse pecador y pedir al Señor que se acordara de él cuando estuviese en su Reino.
Y ese momento, a poco de gastar sus últimas gotas de sangre, le salvó para la eternidad plena junto al Padre. Cuanto me gustaría oír del Señor aquellas Palabras que dirigió al buen ladrón:
«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lc 23, 39-43).
No las dice un cualquiera, sino que las dice Jesús. Y Jesús todo lo cumple. Su Palabra es Palabra de Vida Eterna. Así que ese buen ladrón está en la Gloria. ¡Vaya dicha! Este hecho nos manifiesta que Jesús nos llama siempre y cada momento, cada hora, minuto o segundo es importante y bueno para responder al Señor.
Jesús nos llama a todas horas, como ocurrió con los obreros contratados para su Viña, y a todos nos paga, sea a la hora que sea, con la moneda de la salvación gozosa y eterna en el Paraíso.
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