A la hora de decir algo sobre lo que ocurre en las horas previas a la decisión de querer abortar, es fácil imaginar lo que puede estar pasando. No es tan fácil decidir si se piensa que pasaría si cambiasemos el lugar de la mamá con el del bebé. Sólo es cuestión de pararse y pensar un poco que no estamos solos, ni tampoco estamos hechos para decidir por nosotros solos. Sin los otros nuestra razón de ser no tendría sentido. Somos seres creados para la relación.
Otra forma de ver estos acontecimientos se fundamenta en la decisión de nuestra libertad. Hemos sido creados libres, pero primero, antes de decidir libremente, debemos pararnos y clarificar el concepto de libertad, hoy tanto en boga y adulterado en aras de hacer mi voluntad y mis intereses. Porque de encontrar luz en el significado del concepto libertad en su sentido pleno, va a depender nuestra manera de poner en práctica nuestra voluntad y nuestra razón.
Libertad es la capacidad de elección que tiene la persona humana en administrar su voluntad y razón para hacer el bien y buscar la verdad. Esto implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos, los animales no son libres, no tienen poder de decidir. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demerito. El ejercicio bueno de la libertad es loable, y el ejercicio malo es reprochable. Somos, pues, responsables.
Somos seres débiles que nos dejamos arrastrar por lo que el cuerpo nos pide. Estamos condicionados por nuestros egoísmos, pero, ¡ojo!, no determinados, pues por nuestra voluntad y nuestra razón podemos luchar contra la dejadez y esforzarnos en el bien y la verdad. Seremos nosotros en último término los responsables de nuestros actos, porque nuestra libertad es una fuerza de crecimiento y maduración que nos va llevando, en la medida que nos esforcemos en ser libre, a la verdad y la bondad. Todos sentimos esos deseos en nuestro interior.
La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a DIOS, nuestra Bienaventuranza. La libertad es imperfecta cuando pierde a DIOS en su vida. La libertad es plena cuando busca el bien. Hasta que no descansemos en DIOS, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal y, por tanto, de crecer en perfeción o de flaquear y pecar. La libertad del hombre fundamenta la moral cristiana. La moralidad es posible en cuanto el hombre es libre, pues en los animales a nada se puede optar: todo está determinado. De lo que podemos deducir razonadamente que, es el hombre quien construye o destruye dependiendo de su cercanía a DIOS, la Verdad Absoluta, o su lejanía y práctique el mal.
El mapa del genoma humano es tan solo, geneticamente, un tres % diferente del de una rata u otro animal. ¿Cual es, pues, la abismal diferencia entre el hombre y los animales? Los genes no determinan al hombre. Lo condicionan, pero no lo determinan. De la misma forma ocurre con el entorno social y cultural. Es la libertad la que determina al hombre a través de su voluntad y razón. Deducimos logícamente que es el hombre quien se autodetermina y, por lo tanto, tiene un componente, diferente al del animal, espiritual: "el alma", que a través del entendimiento y la voluntad nos hace libre para determinarnos.
Ahí está contenido todo el mal pedofilo, homoxesual, aborto, terrorismo, injusticias... contrarios a la ley natural que llevamos dentro cada uno. Y mientras exista el mal siguirá existiendo todas estas cosas, más los que creemos en JESUCRISTO, el HIJO de DIOS hecho HOMBRE, luchamos esperanzados en que cuando el vuelva, según su promesa, se hará un Reino de paz y amor.