La soberbia es el obstáculo que nos impide acercarnos a Dios. Pecamos por soberbia, porque nos creemos merecedores de esto o aquello. Exigimos derechos y, quizás el único derecho que tenemos no lo exigimos: la vida. Contemplamos como mueren miles y miles de niños sin que nadie de los que pueden evitarlo levante la voz.
A decir verdad tendríamos dos derechos: la vida y que se nos dé a conocer el mensaje de Dios. Porque en ello nos jugamos nuestra salvación. Y todo el mundo tiene derecho a salvarse, y a una vida en abundancia plena de gozo y felicidad eterna. Para, y por eso ha venido Jesús al mundo, y, precisamente ese nacimiento, celebrado el jueves pasado, lo celebramos con alegre esperanza porque significa eso, la salvación eterna.
Y estamos salvados. Jesús paga por nosotros, pero necesita tus pecados. Y sólo hay una manera de poder entregárselos: dejar nuestra soberbia a un lado y, humildemente, reconocernos pecadores y dejarnos curar por la Infinita Misericordia del Señor. Simplemente eso, que no es poco, y menos, fácil. La prueba está que el mundo vive de espaldas al Señor por la soberbia. Son los soberbios, además de los poderosos, los que Dios dispersa y no admite consigo. Lo canta María, su Madre, en el Magníficat.
Sí, realmente es difícil. No podemos engañarnos, pero se puede si contamos con la Gracia del Señor y con el Espíritu Santo. Está para eso, para asistirnos, para acompañarnos y fortalecernos para la lucha. De ahí se deduce nuestro entrenamiento: Penitencia y Eucaristía reforzadas con la diaria y constante oración. Con Xto. Jesús somos mayoría aplastante.
Sí, realmente podemos. Pero antes necesitamos, por la Gracia de Dios, dejar a un lado nuestra soberbia.
Sí, realmente es difícil. No podemos engañarnos, pero se puede si contamos con la Gracia del Señor y con el Espíritu Santo. Está para eso, para asistirnos, para acompañarnos y fortalecernos para la lucha. De ahí se deduce nuestro entrenamiento: Penitencia y Eucaristía reforzadas con la diaria y constante oración. Con Xto. Jesús somos mayoría aplastante.
Sí, realmente podemos. Pero antes necesitamos, por la Gracia de Dios, dejar a un lado nuestra soberbia.