Toda reinserción pasa por la misericordia. Sin Misericordia Divina no tendríamos oportunidad de ser rescatado. Dios nos perdona y, gracias a su Perdón, por su Amor, gozamos de la nueva oportunidad de salvación. Nos rescata por el Bautismo, porque en él confesamos nuestra fe y seguimiento al Señor, y somos revestido de su Gracia y renacido a la Vida de la Gracia. Hombres nuevos limpios de pecados.
Pero nuestra humanidad está tocada y tentada al pecado a cada momento. Necesitamos la Gracia del Espíritu Santo para sostenernos y enfrentarnos con garantía de triunfo en la lucha diaria contra el Maligno, que trata de alejarnos del Señor. Una Gracia que en Jesús se nos hace cercana y nos iguala. De tal manera que, abajándose de su Divinidad, se hace semejante a nosotros menos en el pecado, para compartir nuestro pecado y ganarnos para Dios.
Necesitamos ser misericordiosos y aceptar la Misericordia que Dios nos ofrece, porque solo en ella podemos también nosotros ser misericordiosos con los demás. Cuando aceptamos la Misericordia de Dios y dócilmente nos abrimos con un corazón contrito a su perdón, también estamos, por la Gracia de Dios, dejándonos empapar de su Misericordia para ser nosotros humildemente misericordiosos con los demás.
Y es que solo así, de esa manera, vivimos la Gracia del perdón. Perdón que nos descubre amándonos los unos a los otros como Él nos ama.