La evangelización pasa por ser humilde, pues sólo lo que se propone por amor puede llegar a tocar el corazón. Y el amor contiene humildad, pues de faltarle ese componente queda adulterado y deja de ser amor verdadero. Se transforma en un amor aparente, descafeinado, donde se confunde el compromiso con la pasión; el interés con lo gratuito; la verdad con la mentira.
Cuando se evangeliza desde la suficiencia y los prodigios, desde el asombro de sorprender y despertar admiración, se está desencarnando el verdadero amor por el que nuestro Señor Jesucristo se hizo Hombre y habitó entre los hombres. Porque no se trata de anunciar grandes acontecimientos o prodigios, ni proezas milagrosas, sino proclamar la esperanza a los pobres y necesitados de sanación, de justicia y de paz.
De un mundo donde la fraternidad y el amor sean el común denominador y el punto de unión de todas los hijos de Dios. No son palabras lo que los hombres esperan, sino Palabras de Vida Eterna que alivien sus vidas. Palabras acompañadas de hechos que las materialicen y las hagan vida.
No esperamos acontecimientos que nos deslumbren, sino que en la vida sencilla de cada día se haga la fraternidad, la solidaridad, la justicia y halla paz y buena voluntad entre los hombres. Porque el Hijo de Dios está entre nosotros. Amén.