Hay cosas que no siendo materia tienen "materialidad visible aún siendo invisible". Parece un enrollo de palabras y contradicción, pero no lo es. La fe, como algo concreto y material, no se ve, ni se puede tocar y menos comprar, pero la fe se hace visible en el camino y en nuestros actos. Una persona de fe vive los acontecimientos de su vida de forma diferente a los que no tienen fe.
El creyente en Jesús Resucitado sabe, y lo cree firmemente, que la muerte, a pesar de sus miedos, es un paso hacia la Vida Eterna. Sabe, y eso son sus verdaderos miedos, que se juega, no en unos segundos, sino durante el camino de su vida, la felicidad plena y eterna. Hay mucho en juego y tiembla de santo temor no ser digno de alcanzar la dicha y el gozo de llegar y alcanzar la Casa del Padre.
Imaginemos los que depositan su fe en las cosas y
personas de este mundo. El momento de la muerte es desesperante, pues en él
pierden todas sus esperanzas y todo su ser.
Indudablemente que nunca, por muchos méritos que hagamos, mereceremos ese premio. Desde el principio se nos ha dado gratis por el Inmenso Amor de Dios y su Infinita Misericordia. En su Hijo Jesucristo hemos sido redimidos y salvados. Sólo Él por sus méritos ha podido pagar nuestro rescate al Padre entregando su Vida libremente y por Amor.
En Él creemos y caminamos a pesar de nuestras debilidades; a pesar de la conciencia de nuestros fracasos y pecados; a pesar de nuestras dudas y sentimientos de abandono y dar la espalda; a pesar de nuestros apegos y apetencias que nos invitan a la desobediencia y dejadez; a pesar de... Pero, ¿y que sería la fe sin pruebas y riesgos? No tendría sentido la libertad, pues la fe implica elegir creer o no, y necesitas ser libre para decidirlo.
Y una vez que lo decides empieza el camino. Un camino de dificultades, de riesgos, de incertidumbre, pero de confianza y esperanza. Porque esperamos que un día, iluminados por el Espíritu, veamos claramente, sin ya necesidad de la fe, al Padre Dios al que ansiamos llegar.