No desestimemos nunca al diablo, príncipe del mal y dueño de este mundo. Quiere desviarnos y separarnos de nuestro Padre Dios. Maquina toda clase de recursos para seducirnos y engañarnos, y prueba nuestra fortaleza por nuestro talón de Aquiles, debilidad que cada uno de nosotros tenemos.
Nunca descartemos que se esconde detrás de las más insospechadas ocasiones que, consideradas tonterías por nuestra parte, son aprovechadas por él para tumbarnos, desanimarnos y confundirnos, poniendo responsabilidad y voluntariedad y mala intención donde no la hay. Sólo humanidad frágil, herida y tocada por el pecado, y débil ante las seducciones de este mundo, espejismo de felicidad y condenado a la caducidad del vacío y la perdición.
Bendita Misericordia, Padre nuestro del Cielo, que Tú nos ofrece. Bendita Gracia de tu Divino Amor que nos sostiene y nos salva de las garras del príncipe de este mundo. Bendita paciencia y perseverancia infinita que nos regalas y nos soporta. ¡Bendito eres, Padre del Cielo!
Por eso, seamos constante, abiertos, humildes, obedientes, sinceros, reflexivos, confiados, esperanzados, pacientes e insistente como la viuda con aquel juez injusto hasta recibir lo que el Padre nunca nos negará, porque, Él, se nos ha manifestado en su Hijo, haciéndose presente en este mundo para salvarnos. Tengamos la paciencia y perseverancia de esperar y confiar en Él. Porque, Él nos ama y nos salva.
No demos poca importancia a lo pequeño y aparente inútil. No perdamos de vista la sorpresa y la acechanza del diablo, que no descansa en engañarnos y de buscarnos por nuestras debilidades y pecados. Tengamos siempre presente que, a pesar de nuestros errores y fracasos, Jesús, el Señor nos espera, nos abre los brazos de su Misericordia y no salva.
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