Es indudable
que la oración del Padrenuestro, que nos enseñó el Señor, es la mejor oración.
Es una oración que marca el estilo del creyente y que coordina la vida de un
buen cristiano. Reconocer a Dios como Padre y santificar su nombre es lo primero
que debo de hacer un buen hijo. Somos hijos de Dios y, por tanto, santificar,
adorar y honrar su Nombre es la primera opción, al menos debe serlo, de nuestra
vida.
Es obvio que un Padre guarda y da a sus hijos lo mejor. En
consecuencia, abrir nuestros corazones al ofrecimiento de los que nos regala
nuestro Padre, ¿no es precisamente lo que debemos anhelar y esperar? ¡Claro,
venga a nosotros su Reino! Porque lo que el Padre nos ofrece es el mejor regalo
al que podemos aspirar y el que satisface plenamente nuestra felicidad.
Hacer, por tanto, la Voluntad del Padre es lo inmediato y lo que
nos identifica como buenos hijos. Porque, el camino que nos marca nuestro Padre
es el Camino que nos llevará, en consecuencia, a su Reino, que es, precisamente
lo que deseamos. Inmediatamente, pedirle por lo que necesitamos en este mundo
material para satisfacer nuestras necesidades corporales, y también
espirituales, es la súplica que todo hijo tiene con su Padre. Y, el nuestro,
que es el más grande y poderoso del mundo, y que nos quiere con locura y amor
misericordioso, no nos va a defraudar. ¡Eso sí, nos dará lo que realmente nos
conviene!, porque nosotros no sabemos, ni pedir ni que es lo mejor para
nuestros intereses de eternidad y felicidad.
Sabemos y tenemos plena confianza en la Misericordia de nuestro
Padre. Y, confiados en ella, nos atrevemos a pedirle perdón por todas nuestros
pecados y ofensas. ¡Ahora, eso sí!, seremos perdonados en la medida que también
nosotros perdonemos. De modo que, en la medida que tu ames y perdones a quien o
quienes te ofendan, estarás abriendo la puerta que te lleva al Reino de Dios. Y
esa es la mejor oración a la que yo quiero referirme hoy: Amar y perdonar a tu
prójimo. Sobre todo a aquellos que lo necesitan y lo desean.
¿Por qué? Porque cuando tú amas a un pobre, necesitado y, quizás excluido, y te preocupas por escucharle y ayudarle, sobre todo si te lo pide, estás ayudando y abrazando al mismo Jesús. Y no hay oración mejor.
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