Al cruzar la
esquina de aquella calle por donde transitaba esta mañana presencie la estampa
de un niño, aproximadamente tres o cuatro años, llorando y rabiando por algo
que su padre no le daba. No sé exactamente lo que era pero, supongo, que lo
mejor para su hijo. Me llamó poderosamente la atención el ver como el niño de
tan corta edad protestaba y se enfurecía. Su padre permanecía impávido y
tranquilo esperando que esa rabieta pasara. Sin embargo, el niño permanecía en
su protesta y amenazaba con alejarse. Al fin su padre lo tomó de la mano y se
lo llevaba a pesar de los gritos y llantos de su hijo.
Digo esto porque
viendo la escena conecté enseguida con nosotros. Somos hijos de Dios queramos o
no admitirlo. Y como hijos, Dios, nuestro Padre, nos quiere con un Amor
Infinito y Misericordioso, hasta tal punto que nos perdona todas nuestras
rabietas, insultos, desobediencias y protestas. Tal y como ese niño hacía con
su padre. Es todavía tan pequeño que no llega a darse cuenta de que su padre
solo pretende darle lo mejor y lo que le conviene en este momento. ¿No nos
ocurre a nosotros lo mismo con nuestro Padre Dios?
Esa fue la conclusión a la que llegué cuando me encontré con esa estampa esta mañana. Me dije: Perdona Padre mío por tantas veces que me he puesto como ese niño protestando y desobedeciendo. Me doy cuenta de que tengo que darme cuenta de mi pequeñez y de aprender a obedecerte y fiarme de Ti. Porque, Tú eres el Padre de todos los padres y el Único que sabe lo que realmente nos conviene en cada momento de nuestra vida. Te pido que des la sabiduría de entender que cada cosa que pasa en mi vida, Tú la ves y la tienes en cuenta. Y si la permites es para mi bien, para que aprenda a amar, a perdonar, a aceptar y a sufrir para como Tú en la Cruz poder ser capaz de dar mi vida por amor.
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