La cuestión,
aunque algunos la nieguen, es que todos creemos en alguien o en algo que haya
sido la causa de la aparición de este mundo y todo lo que en él se contiene,
sobre todo el hombre.
Creo que la
mayoría es de la opción de los que creen. Creen en un Dios que ha creado este
mundo y en él al hombre. Ahora, al margen de esa creencia lo verdaderamente
importante es concretar o clarificar en qué Dios crees. ¿Es un Dios que tú
mismo te imaginas o es el Dios revelado por la Biblia y concretamente por Jesús
de Nazaret o alguien que tú te inventas?
Dejando a un lado
todo lo que venga de la propia imaginación o inventiva que, por sí misma no
tiene fundamento, nos detenemos en la creencia en alguien que consideramos que
vive y al que le dedicamos algún tiempo del día o la semana o cuando nos
parezca o sintamos necesidad.
El problema
empieza en que ese Dios posiblemente no exista, está simplemente dentro de tu
mente y de tu propia necesidad. Muchos lo han dicho desde siempre que la
necesidad de tener un Dios te lleva a suponerte uno. Un dios con el que hablas,
te escuchas y te respondes tu mismo suponiendo que el que te ha creado te lo aconseja
y te lo dice. Un dios opio que te calma y, aparentemente te tranquiliza pero
que no te da eso que buscas, paz y esperanza. Un dios que tras la realidad de
la muerte te desesperas o buscas que no te atormente y pides acabar. Igual
muchos de los que creen en ese dios que tienen están a favor de la eutanasia
recientemente en vías de aprobación.
Ese dios realmente
no es el mío. Por ese dios no muevo un dedo, me quedaría con y en este mundo y
las posibilidades, aunque son finitas y vacías de este mundo. Pero ante la
carencia de un dios que ofrezca algo mejor, el mundo es lo que tengo.
Ahora, el Dios en
el que creo es un Dios verdadero. Un Dios encarnado en naturaleza humana, un
Dios revelado y un Dios que Vive y camina a mi lado. La cosa cambia mucho. Un
Dios que me habla y al que trato de escuchar y obedecer. Debo de confesar que
le fallo y le defraudo mucho, pero, mi experiencia es que me perdona siempre.
Su Misericordia es Infinita. No solo porque lo experimento en mi vida, sino
porque también me lo ha dicho en su Palabra. Muchas parábolas me descubren y
revelan la Misericordia Infinita de ese Dios bueno y bondadoso.
Hablo de un Dios
revelado y anunciado por su Hijo, mi Señor Jesús. Señor de todos los que crean
en Él, que me ha, con su Vida y sus Obras, anunciado el Plan que su Padre tiene
para mí y para todos los que crean en la Palabra de su Hijo. Un Dios sencillo,
humilde y misericordioso, pero un Dios también difícil de seguir y obedecer.
Amar es muy complejo y, en muchos momentos, duro. Perdonar, sobre todo a los
enemigos es imposible para el hombre. ¿Cómo poder seguirle?
Ahí entra la fe y, en consecuencia abrir el corazón a la acción del Espíritu Santo. En sus manos todo se irá, poco a poco, aclarando. No busque donde no hay, busca donde realmente está.
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