Nos podemos pasar toda la vida rezando y
viviendo de forma piadosa, pero eso no significa que sigamos a Jesús de forma
auténtica y según su Voluntad. Porque, seguir a Jesús es, primero, saber quien
es y, segundo, una vez conocido ser responsable y consecuente respecto a la
conclusión a la que hemos llegado. Si eso no ocurre estamos cultivado una
higuera que no da frutos ‒ Lc 13, 1-9 ‒.
Por tanto, la primera cuestión sería
discernir sobre quien es Jesús. ¿El Hijo de Dios? ¿El Dios hecho hombre que nos
revela y anuncia al Dios Infinitamente Misericordioso? ¿El Hijo predilecto en
el que se complace el Padre? ¿El Mesías enviado y prometido en el Antiguo Testamento
al pueblo judío que nos enseña y revela, con su Vida y Palabra, el Amor que
Dios, su Padre, nos tiene en la parábola del Padre amoroso o hijo pródigo?
¿El Señor que nos da su Vida – Cuerpo y Sangre,
por Amor, y nos la entrega en la Eucaristía para, alimentados en Él,
fortalecernos y darnos la fuerza y voluntad para vivir como Él nos ha enseñado? Ese es el reto al que nos lleva la fe y el seguimiento al Señor Jesús. Vivir en
alabanza y en la voluntad del Padre por verdadero amor.
¿Y cuál es la Voluntad del Padre? Nos lo
dice Jesús. No solo con palabras sino con su Vida: “amarnos como Él nos ha
amado? Por tanto, de no intentar, para eso nos alimentamos en la Eucaristía, de
amarnos como Jesús nos ama, estamos haciendo el mismo papel que aquella higuera
seca que no daba frutos. En consecuencia, ese es el paso que tenemos que dar
para seguir a Jesús.
La pregunta que viene inmediatamente es: ¿Creemos que en Jesús, por su Gracia, podemos llegar a amarnos como Él nos ha amado? El camino es injertarnos en Él para, alimentados y fortalecidos con su Cuerpo y Sangre como alimento espiritual, vivir tal y como Él nos ha enseñado. No solo de palabra sino con su Vida. Si no es así corremos el riesgo de vivir una espiritualidad cristiana descafeinada y tibia. ¡Y ya sabemos las consecuencias!
No hay comentarios:
Publicar un comentario