Sólo
nos damos cuenta de la pequeñez de nuestro ser cuando caemos en la cuenta del
Amor de Dios, sin condiciones y sin merecimientos. Dios nos ama porque quiere,
por su Voluntad y, a pesar de nuestro mal comportamiento, su Amor se mantiene
pleno en el tiempo. Nada le importa que nuestra conducta sea esta o aquella.
Nos quiere por encima de todo y, pacientemente, espera que le escuchemos y
cambiemos nuestra manera de ser y actuar. Su Amor es Infinito y Misericordioso.
Porque,
Dios es, primero Padre – primera Persona ‒. Un Padre que nos quiere, tal y como
nos describe el Hijo, nuestro Señor Jesús en la parábola del Hijo pródigo.
Un
Hijo, segunda Persona. Que nos anuncia el Amor Misericordioso del Padre. Y lo
hace dándose plenamente en Vida y Obras.
Y un Espíritu Santo, tercera Persona. Que desciende a nosotros en el instante de nuestro bautismo, para guiarnos hacia la Casa del Padre, junto al Hijo y en unión del Espíritu Santo.
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