El discernimiento
precede a la fe. Será difícil creer sin antes discurrir, pensar y discernir.
Porque, la fe, que es creer en lo que no se ve, necesita también razones que la
justifiquen y que la hagan esperanza y vida. Poque, quien espera – lo que no ve
– esta creyendo. Y, los que creemos en Jesús esperamos esa resurrección
prometida como la que Él tuvo.
Por eso, los
creyentes creemos en Jesús. Primero, por su Palabra; segundo, porque su Palabra
siempre se ha cumplido y se ha visto en sus obras. Ambas, palabra y obras van
unidas. Y ambas siempre se han cumplido. Es obvio por tanto que la fe del
cristiano no es una fe abstracta ni etérea. Es una fe sólida, fundamentada en
la Palabra y Resurrección de Jesús, el Hijo de Dios.
¿Cómo lo ha hecho?
¿Cómo ha resucitado? ¿Cómo ha hecho este mundo en el que vivimos y tocamos? ¿Cómo…?
Hay muchos interrogantes que no comprendemos, que nadie comprende y qué, por
mucho que descubramos, siempre habrá ingente cantidad que no sabemos cómo se
han creado. En ese sentido la fe es creer en aquello que no se ve ni se
comprende. Dejará de ser fe cuando estemos en la presencia del Señor Dios,
nuestro Padre.
Pruebas hay, pero se necesita fe, esperanza y caridad. Sobre todo, caridad, porque esa virtud teologal es la que activa la primera y segunda. Sin caridad nuestra fe es falsa, porque creer en quien nos ama y nos envía a amar sin nosotros amar, es una contradicción. Y sin fe no hay esperanza. Quien no cree nada espera. Por tanto, tú tienes la palabra: decides qué y en quién creer.
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