Hay momentos importantes en la vida de cada persona que revelan la personalidad y el grado de credibilidad que esas personas merecen y se hacen acreedoras a ello. Son esos momentos, en los que por esconder la verdad, se hace demagogia y se camina de forma tangencial queriendo decir lo que realmente no es de forma demagógica y falseada.
No se quiere mentir, pero se miente ante el miedo de quedar descubierto. No se asume la responsabilidad y se entra en una espiral de caminar por el filo de la navaja, inclinado a no cortarte aunque lleves la sangre del corte escondida bajo el algodón de la demagogia y la mentira. Así, se envían cartas y comunicados donde se comunican nuevos cambios de dirección y quiebras económicas que, más que comunicados, son noticias presentadas como de buena gestión y de salvamentos heroicos por y para la buena labor.
Se habla de deudas como cosa no muy relevante, pues otros son los problemas más acuciantes. Sin embargo, no se dice que la causa de no poder gestionar y atender los compromisos adquiridos y de servicio es por la deuda. Se esconde la deuda y en su lugar se pone la inseguridad del servicio. ¿Es qué si no hubiese deuda habría problemas con el servicio? Podemos observar cómo se pueden hacer muchos giros y tratar de despistar a los clientes como si nada hubiese sucedido. Se esconde y disfraza la mentira hasta el punto que parece una verdad. Y es más, se toma a los dirigidos como idiotas o incapaces de discernir lo que ha sucedido.
Se reconoce y considera la situación grave, pero no se habla ni se reconoce la responsabilidad de los que nombrados como gestores permiten que eso suceda. Al parecer tratan de decirnos que la deuda era inevitable y nada se ha podido hacer. Todo termina con pasarse la responsabilidad de unos a otros y ofrecernos como una solución óptima y de brillante gestión la alternativa de otros gestores, que asumiendo una inversión fuerte que salde la deuda, problema al parecer no el más importante, ponga en funcionamiento de nuevo el servicio de la empresa.
Todo queda bien, pero quien observa, digiere e interpreta se queda impotente y con la sensación de que las cosas no se hacen bien, ni tampoco se asumen, ni se dicen. Pagan siempre los mismos, los clientes, y la confianza y la credibilidad de los gestores queda por los suelos. Luego, llegado el momento piden nuestra confianza, y vuelven de nuevo a mentir. ¿Hasta cuándo soportaremos tanta irresponsabilidad?
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