Será difícil compartir a Dios. O se está con y en Él, o se está con el demonio. No podemos tener una vela encendida a Dios y otra al diablo. Sabemos que queremos decir cuando usamos esta expresión, pero no sabemos muy bien cual debe ser nuestra conducta ante el camino de nuestra vida.
No hay ninguna duda que para hacer la Voluntad de Dios debemos desapegarnos de todo aquello que nos impida cumplirla y vivirla. Jesús es el referente principal y perfecto que nos ilumina y nos da la ruta por la que podemos y debemos caminar. Y desapegarnos es vaciarnos de nuestras apetencias y egoísmos para que esos espacios en mi corazón sean ocupados solo por Dios.
Porque si no le dejamos lugar al Señor, al final terminará arrinconado, desplazado y ocupando un pequeño espacio reducido de pocas horas de culto y nada más. Y el tiempo principal estará dedicado a nosotros, a nuestros proyectos e intereses. Así, nos encontraremos saciados, satisfechos, hartos, cómodos, alegres y felices, pero no seremos Bienaventurados como el Señor nos ha prometido.
Posiblemente recibiremos una bendición diferente, de otro que bendice pero engaña, porque bendice el egoísmo y el mal. Porque bendice y nos ofrece el mundo y sus placeres, y el olvido de los que lo pasan mal. Nos invita a conseguir poder, riquezas, y a someter a los que no satisfacen nuestros gustos y caprichos.
Son los que se consideran suficientes y dueños de su propio destino; son los que no necesitan alimento para el camino porque ellos solos se bastan. Son los que rechazan a Dios y se sienten poderosos y ricos. Son los necios, ignorantes y ciegos que no ven que lo que atesoran son tesoros caducos, donde el orín y la polilla los corroen y los transforma en basura.
Vaciarnos de todo, para llenarnos de Dios es el camino. Y, ¡claro!, eso implica hambre, sed, sufrimiento, persecuciones, llanto y... pero esconde la verdadera felicidad a la que estamos llamados.
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