Es un misterio que vivamos sin pensar en el final de nuestra vida. Desde pequeño experimentaba como el hombre vive sin pensar en la muerte, y me decía: tiene que ser así, pues de no serlo no podría vivir. Porque la muerte asusta y mata toda esperanza. Y sin esperanza no se puede vivir.
Siempre, aun en los momentos más desesperantes, el hombre vive de la esperanza. Espera poder revertir la situación y mejorar. Dios nos ha puesto esa esperanza dentro de nosotros que nos mueve a buscarle y al encuentro con Él. Porque es Él precisamente esa esperanza que anhelamos. Una esperanza de, como Resucitó a su Hijo, muerto en la Cruz, también nos resucitará a nosotros a la hora de nuestra muerte.
Gracias, Señor por darnos esa esperanza que nos anima y nos impulsa a vivir con gozo y alegría hasta descansar en Ti para siempre. Amén.
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