Fe es creer en algo que no se ha visto, que no está claro, o que nuestra mente no es capaz de comprender y aclarar. Esperanza, en mi humilde opinión, es tener esa fe en que eso en lo que se cree, llegará. Es la vivencia diaria de vivir en la espera de la llegada, del final de la fe, porque cuando lo esperado se vea, termina la fe.
En la presencia de Jesús, en su segunda venida, la fe nos sobrará. Y eso significa que solo nos hace falta ahora. Para este breve camino en el que esperamos la llegada de nuestro Señor Jesús. Y eso ya nos hace exultar de alegría, de esperanza gozosa, de motor para vivir esperanzados, valga la redundancia, llenos de motivaciones, de impulsos, de fortaleza que muevan nuestra voluntad contra la tentación de la duda, de la desconfianza, de la apariencia y falsa felicidad con la que este mundo nos tienta.
Esa es la experiencia, ¡al menos mi experiencia!, que me descubre el encuentro con Jesús. Sí, realmente está ahí, vive y, aunque no niego que me gustaría meter mis manos en sus yagas y costado como Tomás, me fío totalmente confiado de su Palabra, de su Aliento, de su Presencia en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, alimento y fuerza para el Camino, ese Camino que también hemos emprendido los blogueros juntos y de la mano de María, en la Iglesia.
Es una gozada, un verdadero milagro, un éxtasis continuado y diario de tener la oportunidad de vivir cada día la posibilidad de comer el Cuerpo de Jesús, alimento y sustento de nuestra fe, de nuestro gozo y alegría. Es la fuerza que nos ayudará a sobre vivir a todos los obstáculos del camino, porque es Él, Él que vive en nosotros, y si así lo crees, no hace falta verlo porque está contigo y dentro de Ti.
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