Es evidente que
quien está comprometido se siente llamado a hacer obras. No es la fe la que nos
salva sino la expresión de esa fe. Es decir, las obras. Por consiguiente, si no
hago obras, ¿cómo manifiesto y transmito me fe? Santiago llegó a decir: Muéstrame
tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras – Santiago 2, 17-22 –
lo cual viene a decirnos que una fe sin obras es una fe muerta.
Pero ¡mucho
cuidado!, porque ese anhelo de hacer y hacer nos puede llevar también al no
hacer. La experiencia nos dice que tenemos unas cualidades y una medida para
hacer y, en esa medida, manifestar y transmitir nuestra fe. Nuestro Señor no
necesita de nuestro concurso. Si lo ha querido así es por propia Voluntad y
para hacernos partícipe de nuestra salvación. Quiere nuestra colaboración pero
en la medida que Él lo ha dispuesto y nos ha dotado para ello.
De modo que, si
haces y no puedes más no desesperes. Él te ve y sabe de tu entrega y
disponibilidad. Son momentos de mirar a la Madre, nuestra Señora. Mira su
humildad, su impotencia y su disponibilidad poniéndose en manos del Dios que la
eligió para ser Madre de su Hijo. Todo está y depende del Señor. Él sabe hasta qué
punto podemos esforzarnos y hacer. Todo lo demás dependerá de Él que es quien
sabe hacer y lo puede todo.
Por tanto, se trata de estar disponible, como María, la Madre que nos enseña, y atentos a la escucha y la Palabra de Dios. Y humildemente dejar que el Espíritu Santo actúe en nosotros y vaya haciendo esas obras en las que Dios Padre quiere que colaboremos. Y, en consecuencia, daremos testimonio de nuestra fe con las obras que el Señor ha dispuesto en nosotros.
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