Todos estamos
obligados, es Palabra de Dios – Génesis 3,19 – y por tanto derecho natural, a
ganarnos el pan con el sudor de nuestra fuente. Es evidente que todos queremos
y necesitamos trabajar para ganarnos el pan nuestro de cada día y el de
nuestros hijos. Necesitamos trabajar y,
en consecuencia, nace y viene con cada persona su derecho al trabajo.
Y, por la Gracia
de Dios, hay trabajo, aunque muchos se empeñen en ser administradores a sus
antojos de ese derecho al trabajo. Pero, también ocurre que muchos tratan de
vivir sin trabajar. Eso significa y quiere decir que se empeñan en vivir a
costa del sudor de otros. Tratan de darle otro sentido a las Palabras del
Señor: Ganarse el pan con el sudor de frente de otros. Y eso si que no es
correcto.
San Pablo lo deja
claro cuando dice «el que no trabaje que no coma, (2 Ts 3,7-12)»
Y también, es evidente, que quienes no quieran trabajar hacen mal al intentar
vivir como parásitos de los que sudan su frente para ganarse su pan. No hace
falta hablar ni pensar mucho para coincidir todos en que el derecho al trabajo
es un bien pero, también, un derecho que debemos buscar y generarlo entre
todos.
No es cuestión de
esperar, cruzar los brazos sino en activa búsqueda y creatividad. El trabajo es
un derecho, pero un derecho que pasa por la participación de todos a crearlos y
generarlos. Para eso los talentos recibidos – Mt 25, 14-30 – que el Señor nos
explica muy bien en esa parábola. Tienes derecho al trabajo, pero a un trabajo
que compartes con otros y que crean entre todos. Cada cual según sus talentos,
pero desde la verdad y la justicia.
Cuidado con aquellos que tras la seducción de darnos el pan de cada día tratan de liberarnos del trabajo y someternos a su poder. En el fondo buscan tener dominio sobre nosotros y esclavizarnos a sus intereses y satisfacciones.
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