Mi asistencia a la
Santa misa, por la Gracia de Dios, viene desde mi juventud. En el servicio militar fui monaguillo e iba
a misa todos los días. Pero, mi asistencia venía desde antes. Recuerdo que unos
de los párrocos que tuve me decía que era el único joven que iba a misa en mi
parroquia y pueblo, porque solo había una iglesia. Recuerdo que iba con Berta,
mi novia de aquella época y mi mujer de siempre y madre de nuestros tres hijos.
Ya en mi etapa de
adulto, ya casado, seguí yendo a misa hasta que, tentado por el mundo, diablo y
carne, me alejé de la frecuencia de la misa y de la Iglesia. Es verdad, mi
noche oscura duró muchos años, pero, ahora lo sé, el Señor siempre estuvo a mi
lado y soportó con paciencia y perseverancia mis rechazos, mis desplantes y
pecados. Fueron unos aproximadamente veinte años.
¿Qué ocurrió? Me
di cuenta de que el único y verdadero camino era el que el Espíritu Santo me
había señalado, dejarme encontrar con el Señor. El mundo, demonio y carne son
una falsa. Aparenta mucho gozo y felicidad, pero, si profundiza un poco no hay
sino carroña, vacío y perdición. En ese tiempo estuve muchas veces al borde de
perderme y, por la Gracia de Dios, ahora descubro y experimento que el Espíritu
de Dios me protegió y cuidó hasta darme la fortaleza y sabiduría de regresar.
Siempre me he visto retratado en la parábola del hijo pródigo.
Por eso, al margen
de que el ejercicio es bueno y necesario, el más importante es el de frecuentar
la Eucaristía – Santa Misa – en condiciones de celebrarla y poder recibir el
alimento espiritual que nos da Vida Eterna. Cuando hablo del ejercicio es que
en mi camino de cada día hacia la iglesia veo los gimnasios frecuentados por la
gente. Y no tengo nada contra ello ni estoy diciendo que es malo o no conviene
hacer ejercicio. Simplemente quiero destacar que la Eucaristía es la mejor
manera de cuidar nuestra alma, lo más importante de nuestro ser humano – cuerpo
y alma – y lo que será eterno. Porque, nuestro cuerpo mundano se destruirá.
Tendremos otro cuerpo nuevo, perfecto en el otro mundo.
Conviene, pues, hacer ejercicios, pero interesa más compatibilizarlo, al menos si se puede, con la asistencia y celebración Eucarística. Y es que cuando asistimos a la Eucaristía celebramos junto con el sacerdote, celebrante principal, la transformación del pan y vino en el Cuerpo y Sangre del Señor, el alimento espiritual que nos da Vida Eterna.
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