El camino se hace duro, cansino y nos invaden deseos de dejarlo, de caminar hacia otra dirección. El mundo nos seduce y nos atrae. Experimentamos frialdad, cansancio y nos fatiga la rutina de la oración. Perdemos la concentración y sentimos que vamos solos, que el Señor no está, se ha ido o no nos escucha ni responde.
¿Qué hacer?, nos preguntamos. ¿Me entrego al mundo o amargo mi vida? Nada de eso, no desesperes, ten confianza. Despierta, date cuenta de que Jesús está contigo. ¡Y a tu lado! No se ha ido. Sería absurdo que después de habernos creado y entregar su Vida por ti te vaya ahora a dejar solo y abandonado. Nos ama con una Infinita Misericordia y ha pagado nuestro rescate de salvación.
Quizás el problema es que no lo vemos ni le escuchamos. Quizás es que no nos damos cuenta de que camina con nosotros y espera nuestras peticiones, nuestras oraciones y nuestra confianza en Él.
Hay uno que se da cuenta y sabe el momento de nuestras debilidades, el demonio,
y actúa cuando ve que la ocasión es propicia. Nos confunde y nos anima a
alejarnos del Señor. Somos criaturas del Señor y nunca nos abandonará. Nos ama con una Misericordia
Infinita, que es precisamente la que nos salva. Simplemente, descansa, ten
paciencia, acepta humildemente tus debilidades y fracasos, y confía en el
Señor. Él ya te ha salvado, ¡recuerdalo!, entregando su Vida en la Cruz.
Por tanto, tu precio de salvación está pagado. No lo desaproveches. Vale la pena seguir adelante aunque el camino sea duro. Ten la seguridad que el Señor nos lo aliviará.
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